Destructora
- viernes 01 de abril de 2016 - 12:00 AM
‘Todo lo que se hace en esta vida, en esta misma cabrona vida se paga', decía a menudo mi tía, pero yo nunca le paré bola a su comentario, porque me parecía que eso de hablar con refranes es cosa de gente del campo o de los que se quedan cortos de palabra y no hallan otro recurso que repetir lo que dijeron otros. Nací bella, por eso mis padres me nombraron Linda, y aunque nunca pasé trabajo ni necesidades, desde niña me mostré ambiciosa, astuta y me sentía feliz cuando les dañaba los juguetes a mis primos. ‘Es que le gusta lo ajeno', dijo una noche mi tía, pero mis padres no le hicieron caso y me dejaron seguir con esas actitudes equivocadas. A los 15 años hice que un viejo de 43 abriles cayera preso y perdiera a su familia porque yo lo sonsaqué hasta que se enredó conmigo, y mis malos padres lo acusaron de seducirme. Antes de los veinte ya había destruido dos matrimonios más, en mi carrera de destrucción conocí a Fabio, divorciado con dos hijos de mi edad. El don se arrechó con mis encantos de cara y cuerpo, y nos casamos. Enseguida, le puse el ojo a Fabio Yunier, y a los seis meses de casada con su papá, lo dejé para irme con él. Padre e hijo protagonizaron un faitin que disfrutaron todos los vecinos mientras yo, sonreída, no intentaba siquiera separarlos, vino la Policía y se los llevaron a los dos. Fabio no aguantó el queme y pronto pasó a mejor vida, lo que no nos impidió a Fabio Yunier y a mí gozar de una luna de miel en otros países, adonde viajamos con la plata de mi ex. El hijo era tan bueno en la cama como el padre, así que me sentía feliz y realizada. Nadie se enteró de que en plena luna de miel conocí a un viejo que se infartó porque su mujer nos halló haciéndolo en el carro. O sea que, además de los hogares destruidos, yo llevaba dos muertes a mi cuenta, pero ni lo uno ni lo otro me importaba. ‘Yo no le pongo a nadie una pistola para que se enamore de mí', les decía a mis amigas que, insolentes, me preguntaron si no sentía temor de que me cayera la teja del azul. ¿Son, acaso, ustedes, perfectas?, les preguntaba, y me pavoneaba de ser la única mujer de la familia con dos carros y una buena casa, ropa, perfumes y más zapatos que la filipina Imelda.
Fabio Yunier estaba tan caído con mi cuca que ni cuenta se dio de que yo le metía cachos a cada rato, siempre con hombres casados, porque nada me excitaba más que saber que en la casa de ellos se formaban unos peleones cuando aquellos le negaban lo suyo a las esposas. Llevaba dos años casada con el hijo de mi ex cuando del extranjero llegó el primo Sebastián, feo y gordo y mayor que yo, casado además. Él era el único de mi familia política que mantenía relaciones cordiales con mi marido y conmigo, los demás nos odiaban y acusaban de haber matado indirectamente a Fabio.
El primo me retó desde la primera vez, cuando yo pasé oronda frente a ellos y descubrí que él no se quedaba boquiabierto con mi trasero, ni hacía caso de mis galanterías. Empecé a perseguirlo y logré que aceptara salir conmigo. Me dijo enseguida que me amaba locamente y que me fuera con él. Arreglamos todo en dos días, él me compró maletas y ropa nueva, y las arregló él, para que Fabio Yunier no sospechara. Y me fui feliz al aeropuerto, a medianoche. Allá me puse nerviosa porque Sebastián no llegaba. Me llamó y me dijo que me adelantara en la revisión del equipaje, que él estaba casi llegando. Y obedecí, pero me detuvieron enseguida, porque mi equipaje iba preñado de ‘cosas ilegales'.
Ahora estoy presa, sin plata ni marido, el mío se amancebó con otra y no me recuerda ya, Sebastián desapareció …
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Golosa: Solo me gustan los maridos ajenos.
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Refrán: Todo lo que aquí haces, aquí lo pagas.