La caravana del borracho
- viernes 09 de diciembre de 2016 - 12:00 AM
Todo pinteador debe saber que ocho horas duerme el estudiante, nueve el caballero, 10 el muchacho y 12 el borracho. Para que no le pase un percance como ocurrido a César, quien pidió permiso la tarde del Día de la Madre para ir un ratito adonde el vecino que vivía en las afueras del pueblo. Llegó y fue bajando y bajando pintas hasta que se quedó dormido. Cuando intentaban despertarlo para que se fuera, lanzaba patadas y escupitajos, de manera que la dueña de la casa ordenó que no lo jodieran más. Despertó cuando oyó que Azucena, la mujer de su compañero de farra, les preguntó si querían café. ‘¿Ya pasó la noche?', gritó con el alma en vilo.
‘Así mismo es', contestó Azucena y César se llevó las manos a la cabeza lleno de espanto porque en 40 años de vida conyugal jamás había dormido fuera de su cama matrimonial. ‘Yo llego, aunque sea con el último cabito de la noche, pero llego y el amanecer me agarra arropadito con mi esposa, como Dios manda', lloraba César, quien no tenía día fijo para pintear, pero llegaba al hogar casi que amaneciendo, cuando Nuris, su mujer, lo esperaba sartén en la mano dispuesta a formar un revolcón de grandes magnitudes, pero César la calmaba siempre con el mismo argumento: ‘Yo me tomo mis pintas, mi guaro, mis pachas, mi fuerte, lo que sea, pero nunca me quedo a dormir en la calle, como tu cuñado y tus primos, a esos sí hay que reclamarles, a mí no, yo chupo, pero llego, tarde o al alba, pero llego, lle-go, es más, hasta deberías sentirte orgullosa de mí, que aunque borracho no te cambio por otra', entonces la abrazaba por la cintura y ambos, abrazaditos, ponían la sartén en su sitio y se metían a la cama, donde el marido daba fe del refrán ‘el borracho y el panzón jamás cumplen bien su misión'.
‘Siempre hay una primera vez', le dijo Azucena a César, quien rompió en llanto desconsolador y pidió una soga para colgarse. ‘Prefiero eso a enfrentarme a mi mujer, esa da por hecho que yo me quedé con otra'. Azucena decidió que ella y su marido irían a dejarlo y a testificar que había pasado la noche con ellos.
‘Yo misma le voy a decir que ninguna otra se lo ha comido', aseguró Azucena y salieron los tres rumbo a la casa de César, quien en el camino contó su desgracia, por lo que varios se unieron y lograron armar un grupo de treinta testigos, entre hombres y mujeres que iban dispuestos a declarar que César solo había tocado las pintas, nada más.
El gentío, con César lloroso en el centro, se paró frente a la vivienda. Nuris estaba en la terraza con cara de pocos amigos y desarmó a los que habían dicho que hablarían a favor del hombre. Calladitos todos. Ni una palabra de ellos ni una de Nuris. Y el amanecido llorando a lágrima viva. De repente le dio un temblor, la mandíbula bailaba, empezó a sudar. Alguien dijo que de un momento a otro se desmayaría, varios brazos surgieron prestos y lo pusieron en andas mostrándoselo a la esposa que gritó:
‘Llévense ya esa inmundicia, ese pico sucio de otra cueva no lo quiero aquí'. Azucena cogió valor y le respondió ‘Respete esta caravana que vino en son de p az a solicitarle que perdone a su marido'. ‘Caravana del ca rajo, se llevan a ese puerco que aquí no lo quiero', tronó la esposa ofendida y del grupo habló la viuda de cuerpo rotundo: ‘Bueno, yo me lo llevo, si no lo quieren en su casa yo sí lo quiero en la mía'. Nuris abrió la puerta para darle mongo a la viuda que se defendió parejo. Los del anda aprovecharon y bajaron a César, quien aprovechó el tumulto para entrar a la casa, adonde siguió viviendo con Nuris hasta que murió, porque es ley de la vida: ‘Nada es duradero, toda alegría se desvanece y todo pesar se olvida'.