- miércoles 24 de septiembre de 2014 - 12:00 AM
En este hermoso Panamá, país donde convergen variedad de culturas y etnias, cualquier cosita puede pasar y ‘cualquiera’ puede hasta presidir un acto de suma trascendencia para los que aquí habitan. Por eso, un viernes, Cinderela se emberracó y se le rebeló a su marido. Salió a la calle, se mandó a cortar esa melena que a él tanto le gustaba, se compró ropa nueva, sexi y de color rojo, su color favorito y que él no le permitía ponerse.
Regresó a la casa sin melena, pero con muchos paquetes, y salió casi enseguida a comprar una soda para acompañar los patacones con pescado que había traído. Metida en un ‘minishort’ y en un suetercito ‘vendeteta’, ambos de color rojo, llegó a la tienda, donde un vago de los que por ahí abundan, le dijo: ‘todo eso es tuyo, Caperucita’.
Se quedó con el apodo porque le gustó, pero tomó la decisión de que a ella ningún lobo la sometería, sería ella quien de aquí en adelante llevaría el mando en cualquier relación. En esa nueva etapa de su vida conoció a David, uno que se creía el más listo de los canaleros y que encima pregonaba de tener mucho talento en la cama.
Después de una serie de manoseos y besuqueadera en un bus, se metieron a un cuartito refrigerado en la misma periferia de la ciudad. Se dieron un baño largo que le permitió a Caperucita prever que lo que vendría sería bueno porque el ‘amiguito’ de David, hasta dormido se veía de buen tamaño y grosor. Le empezó a ella tal angustia que casi exigió que la complaciera allí mismo. Para ese momento, David ya empezaba a preocuparse porque aquel no daba indicios de despertar, ni siquiera ante los estímulos manuales y bucales que Caperucita le daba.
Como hombre acostumbrado a mandar, dio la orden de salir del baño y sintonizó un canal porno buscando la manera de levantar al susodicho.
Quince minutos después de estar mirando la ardiente película, David sintió que el mundo se le derrumbaba y que todo su talento se le iba al piso, porque su pene, que tan solo el día anterior había sacado toda su casta repartiendo palo parejo a las dos que se le pusieron enfrente, ahora estaba apagadito, silencioso, aguado como un macarrón cocido e indefenso ante la hermosa mujer que desnuda y tirada en la cama esperaba ansiosa un brutal ataque.
Fue en ese momento que surgió la ferocidad de Caperucita, quien cansada de la espera y dominada por el deseo, puso su mano sobre la barbilla de David y con violencia lo obligó a mirarla mientras le decía: ‘habla claro, como hombre, ¿hay o no hay?
David no supo qué contestar, quiso decir algo, pero ella, llena de rabia estrelló un cenicero contra la pared, con un zapato golpeó violentamente la pantalla del televisor hasta destruirla por completo y, finalmente, de su cartera sacó unas tijeras y se acercó a él sin apartar sus ojos del pene dormido.
Una fracción de segundo le bastó a David para ponerse a salvo, solo tomó el pantalón y el suéter, y con ellos en mano alcanzó la puerta y se perdió. En un callejón que por ahí encontró, pudo vestirse y mientras caminaba descalzo bajo el sol de las tres de la tarde trataba disimuladamente con la mano derecha de masajear a su falo que vigorosa, pero tardíamente había despertado…