Adiós, divorcio
- viernes 06 de diciembre de 2013 - 12:00 AM
Cristina, según ella, por sus formas cuadradas, estaba que la dejaba el tren, por lo que le puso el ojo a Mauricio, quien recién había llegado a la capital con muchas ganas de trabajar y, como todos, de casarse con una mujer de verdad, expresión que para él significaba: pechugona, traserona y guapa. Nadie supo qué hizo Cristina para conquistarlo, pero pronto lo atrapó y lo hizo llevarla al altar. No hay duda, decía la bochinchosa del barrio, ‘la suerte de la fea y la de la gorda la desean la bonita y la flaca’. En la misma noche de bodas, Mauricio comprobó que la mala suerte se había ensañado con él, pues la esposa le resultó, además de fea y grosera, perezosa. ‘Con razón aún eras virgen’, le dijo a golpe de madrugada, cansado de la falta de gracia de ella hasta para darle un beso. A las dificultades de cama se unieron las cotidianas, pues la recién casada también resultó platera y medio tracalerita. El marido tenía que amarrarse la cartera a la oreja para dormir, porque si no lo hacía, amanecía limpio. Nunca quiso salir a trabajar, pero sí le sacaba el jugo al pobre Mauricio, que se defendía con su puesto de buhonería en la Peatonal. Tras tres años de sufrimiento físico y emocional, Mauricio decidió divorciarse cuando recibió el empujoncito de valor que necesitaba. Este le llegó en forma y con nombre de mujer, Beba, que era la antítesis de Cristina, delgada, amable, ahorrativa, bonita y ‘bellaca’. ‘No hay pay hasta verte con el documento del juzgado en la mano’, le dijo alto y claro. Al oírla, Mauricio quiso hacer las del presi, echarse a llorar, pero cambió de parecer y reemplazó las lágrimas por decisión, y empezó a armar el rompecabezas de su divorcio inminente, lo que, por la parte económica, ya iba logrando gracias a que las ventas estaban en su máximo apogeo. Con esta idea compró un lote de arbolitos y los puso en su puesto, que estaba al tope de mercancía navideña. Mientras él planeaba, en su casa se complicaban las cosas, pues Cristina se había fumigado los fondos de la cooperativa ‘En diciembre me lo gasto’, y ahora se hacía la sorda ante los llamados de las socias, que afuera amenazaban con arrasar con todas las plantas de guandú que había en el patio si ella no salía a entregar los ahorros. Apenas oyó esto salió, armada con un mazo, dispuesta a entrarle a mazazo limpio a la que se atreviera a tocarle siquiera una hojita a las plantas de guandú. Pero en cuanto enseñó su corpulencia por la puerta de la casa, los maridos de las socias, que también habían ido a exigir los ahorros navideños, le arrebataron el mazo dejándola indefensa y rabiosa. Una de las socias, a la que le apodaban Chantalita, se le fue encima y la sacudió gritándole ‘onde ta mi hijueputa plata, de aquí me voy o muerta o con mi plata pa los juguetes de mis pelaos’. Cuando la tracalera vio la cosa seria les dijo que fueran donde Mauricio, que él tenía la plata. Y al surtido puesto de buhonería llegó la turba, increpando al pobre hombre, quien no tenía idea de los enredos de Cristina. En cosa de segundos, las socias y sus maridos, al ver que no había respuesta de la plata, vandalizaron el puesto arrasando con toda la mercancía, incluyendo los arbolitos, que eran el negocio que más plata le daría al enamorado Mauricio, a quien la Policía se llevó porque todos lo acusaban de que no les quería pagar el dinero de la cooperativa de Navidad.