Abre, mi amor

Salió de su hogar, feliz, apasionado y lujurioso, delirando al pensar en la gama de emociones que provocan las relaciones sexuales 
  • miércoles 13 de junio de 2018 - 12:00 AM

Francisco logró meterle el golazo a la esposa Catrina, le dijo que del trabajo le habían comunicado que debía apersonarse cuanto antes al cuartel por el asunto de la llegada del exmandatario, y que el jefe solo le habló de mucha discreción y que ni en su casa se le fuera la lengua, ‘más o menos como asunto de Estado', repetía Francisco, y Catrina lo escuchaba orgullosa pensando que quizás su marido saldría en la televisión escoltando al famoso enzapatillado. Pero, Francisco, que tenía su plan secreto, le aclaró enseguida: Dios alabado, que por nada del mundo me manden de escolta, no sea que otro loco le suelte bala y me caiga una a mí, yo creo que me llamaron para tenerme en reserva por cualquier locura que se forme, y ella gritó emocionada: ‘Claro, el pueblo entero debe estar allá protestando, no es cualquiera el que llega', y Francisco le aprobó todo lo dicho por ella, porque el asunto era ‘cebarla' al máximo para que no sospechara sus verdaderas intenciones.

Salió de su hogar, feliz, apasionado y lujurioso, delirando al pensar en la gama de emociones que provocan las relaciones sexuales prohibidas; al atardecer le había avisado a Leticia que pasaría por allá para hacerle realidad el sueño de ella de ‘amanecer juntos y tirarse un mañanero'. Y apenas le avisó, apagó el celular para evitar que Leticia le escribiera un chat picantito de esos que solo ella sabía escribir y que lo ponían a millón. Fue al salir que se puso la soga al cuello, su mujer, cuando lo vio tomar el celular, le recordó que en el cuartel prohíben llevar ese aparato. ‘Recuerda, papi, que la vez pasada te castigaron por llevarlo', le dijo Catrina cariñosa y el marido asintió con la cabeza. Se lo dio como quien entrega un valioso tesoro y ella lo guardó.

Probó en dos de los pocos teléfonos públicos que halló, pero ambos estaban inservibles, así que se arriesgó a llegar a la casa de la amante casada, cuyo marido trabajaba de noche y no era ese su día libre. A duras penas le alcanzó para comprar una botella de vino y una bolsita de hielo para entonarse aún más cuando Leticia le abriera esa puerta.

Por pura distracción echó mano al bolsillo en busca del celular, y respiró profundo, como cuando uno está asustado o temeroso del momento siguiente. Y suspiró para calmar el desasosiego de su vientre que se le quería adelantar para dejarlo en feo delante de su amante, y tocó la puerta de la casa ajena cuando ya rayaba la medianoche, y tocó quedo primero, luego con más fuerza, y cuando ya empezó a desesperarse le imprimió más fuerza al toquido y descargó su mano sobre la puerta de la vivienda ajena, pero nadie le abrió. Pensó que su amante estaba dormida y cometió el peor de los errores, se fue a la ventana donde suponía estaba la recámara de Leticia y tocó suavecito, y la llamó: ‘reina mía, abre que ya llegué, abre, mi amor'.

Le pareció que alguien caminaba hacia afuera y supuso que era Leticia camino a la puerta principal, y hacia allá caminó, pero cuando estuvo parado en la entrada, oyó que sonaban la puerta trasera y corrió con ese rumbo, llevando la botella del vino en su regazo y la bolsa del hielo en la otra. ‘Abre, mami, abre, mi amor', gritó cuando de sus pies a la puerta de hierro solo había unos centímetros, y oyó el sonido de la cerradura, y se abalanzó hacia adentro, seguro de que entraba adonde solo lo esperaban placeres.

Y entrando y cayendo redondito; solo sintió que caía en un pozo profundo, siguió cayendo hasta perder la conciencia que recuperó días después en un hospital, donde supo que apenas le dieran salida vendrían los policías a buscarlo. ‘Y eso, ¿por qué?', preguntó incorporándose.

‘Ya se le olvidó que se metió a la casa del señor Gentil Pasos a robar y que en el forcejeo él lo hirió, y agradezca que él mismo lo trajo al hospital para evitar que se desangrara…

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Ovidio: Todo amante es un soldado en guerra.

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