Una tarde con los vidajenas de la muerte
- lunes 22 de septiembre de 2014 - 12:00 AM
La mujer se abre paso entre los curiosos que observan el cadáver de un chico tendido en medio de la calle. Hace unos minutos que lo acaban de asesinar de un tiro en la espalda en una calle de Pedregal.
Todos los que residen en el lugar donde ocurrió el crimen, se acercan a la escena y se paran detrás de la cinta amarilla para ver de quién se trata, puede ser que sea algún familiar. Ya nadie está a salvo del crimen, sobre todo, en este país donde la ola de homicidios se ha incrementado en los últimos años.
La muerte, en cierta manera, también es un espectáculo donde adultos, ancianos y niños no necesitan boleto de entrada, porque la mayoría de los hechos de sangre se producen al aire libre, ante la mirada de todos. De allí que los mirones se aglomeren para observar al difunto tirado en la calle en medio de un charco de sangre en vivo y a todo color.
El espectáculo durará lo que dura el levantamiento del cadáver, que puede tardar entre cuatro a tres horas.
La espera
Yo, como un buitre en busca de noticia, estoy parado entre un grupo de mujeres mientras el fotógrafo tira su flash para capturar la escena con que se ilustrará la portada del periódico del día siguiente.
-¿Todavía falta mucho para que recojan el cadáver- pregunta una mujer.
Me dice que al chico, a quien apodaban ‘Bebezón’, lo asesinaron a las 9:00 de la mañana y son las 2:00 de la tarde y no lo han levantado.
-Es que no ha llegado el médico forense- le digo a la mujer que sostiene un viejo paraguas azul para cubrirse de la lluvia que amenaza con caer en cualquier momento. Truena y el cielo está oscuro.
A unos 100 metros donde yace el cadáver de ‘Bebezón’, hay una iglesia evángelica y a lado una casa donde los curiosos llegan para comprar un duro que cuesta 10 centavos.
Negocio
El conductor del carro fúnebre mientras espera que le den la orden de recoger el cuerpo, calma su sed comiendo un duro. Los curiosos lo siguen. La dueña de la casa donde venden duro ha doblado sus gancias, hoy, gracias a la muerte.
A pocos metros del difunto, recostada en un auto, una mujer llora sin cesar: es la madre del pela’o asesinado. Unas parientes tratan de consolarla.
De repente, un hombre de unos 50 años, llega al lugar e intenta pasar la cinta amarilla. La Policía lo detiene.
-¡Es mi hijo, es mi hijo!- grita a todo pulmón. Los agentes lo ’sostienen y lo sacan a empujones.
La madre del chico, al notar la presencia del hombre reacciona violentamente. Le lanza una mirada de odio.
-¡Por tu culpa me lo mataron, tú me lo quitaste! grita.
Ni siquiera el dolor de haber perdido de forma violenta a un hijo es capaz de unir a una familia desintegrada.
Al hombre lo alejan y se lo llevan a otro lugar. No se le vuelve a ver más.
Despejan calle
A unos 5 metros del cadáver, tres perros juguetean, se huelen unos a otros. Son los únicos que, aparentemente, pueden estar dentro de la escena del crimen.
De repente, llega una patrulla, Los vidajenas voltean a mirar. Cuatro oficiales de la Policía, con su uniforme azul se bajan. A lo lejos, un grupo de pelaítos juegan fútbol en medio de la calle. Están más concentrado en querer ser Messi o Cristiano Ronaldo, que perder el tiempo mirando un chico muerto.
-No tienen nada que hacer, vayan a ver televisión, a fregar, a cocinar, a barrer, pero me van despejando la calle- dice uno de los oficiales con cara de maloso.
Los curiosos se van dispersando poco a poco, pero el grupo de mujeres permanece allí, observando al muerto.
-El chico siempre andaba por aquí y el papá se lo había quitado a la mamá- dice una de ellas.
Empieza a llover. Los curiosos se van dispersando poco a poco, no así la mujer del paraguas. Ella quiere ver el espectáculo hasta el final, hasta que cierre el telón, hasta que los peritos de Criminalística, que recogen evidencias en la escena del crimen, revisen el cuerpo inerte, el médico da la orden que se lo lleven a la Morgue. Solo cuando ya no quede nadie en el sitio los pocos curiosos que quedan se retirarán del lugar.
Alguien, antes de marcharse para su casa, dirá:
-No sé qué habrá hecho el muchacho, pero era un ser humano.
Habla el especialista
‘Tantos muertos y crímenes se está convirtiendo en algo común y no deja de llamar la atención a la gente, porque no es lo mismo verlo en televisión’, dice la psicóloga Geraldine Emiliani.
Emiliani dice que esta situación puede provocar insensibilidad y afectación, sobre todo, en los niños.
‘Ser espectador de la muerte no crea trauma ver al muerto, lo que sí puede causar trauma es ser testigo del acto de homicidio’, acotó la especialista.