Anastasio Pinto: “El Pajarito”, asesino de mujeres y hombres
- domingo 21 de julio de 2024 - 12:00 AM
Corría el año de 1920 en la comunidad de Las Tablas, provincia de Los Santos, en la que gente era sana, amable y cortés, pero de allí surgió un personaje cuyo nombre quedó registrado en la mente de muchos abuelos, muchachos para aquella época.
Estos longevos habitantes contaron a sus hijos la historia de Anastasio Pinto, 23 años, llamado El Pajarito porque se la pasaba silbando extrañas melodías y a veces imitaba el canto de los cuervos.
Engreído, borracho, y solitario amargado, El Pajarito se consolidó como un asesino serial de aquella época lejana, con sus dos primeras víctimas: los hermanos Donaldo y Herminio Saavedra.
Un domingo de febrero por la tarde llegó cabalgando en su caballo pardo a una cantina en la comunidad tableña de Santo Domingo, entró al establecimiento y pidió cerveza con tono descortés y altanero.
Anastasio Pinto era de pocas palabras, no dudaba en someter con su machete a quien le llevara la contraria y hasta la policía le temía por su sangre fría, los habitantes de Las Tablas corrían a esconderse dentro de sus casas cuando escuchaban el sonido de los cascos de su caballo chocar contra las calles de tierra.
Los hermanos Saavedra y otros amigos degustaban los tragos en una mesa, entre risas, cuentos de amoríos y la música de acordeón y violín de moda, Herminio caminó hacia los baños y, a su regreso tropezó ligeramente con la gruesa manta que Pinto llevaba colgando de su espalda, cual capa de super héroe.
El despiadado desenvainó inmediatamente un enorme y filoso machete que parecía más una espada que colgaba de su cintura y, sin mediar palabra la hundió en el estómago de Herminio. ¡Asesino, asesino! Gritaron algunos mientras su hermano temblando de miedo se arrodilló para socorrer a Herminio que se desangrada rápidamente viendo llegar la agonía de la muerte.
El Pajarito tomó una botella de ron y blandiendo el arma homicida salió sin pronunciar palabra de aquel local, ante la mirada de todos los parroquianos, subió a su brioso corcel que parecía temerle también y huyó de la escena.
Un teniente acompañado de otros dos policías llegó a la cantina y encontró a Herminio tendido en el piso, ya había fallecido.
El Pajarito se internó en la montaña y nadie supo más de él, la policía lo buscó por toda la provincia, llegaron dos detectives de la ciudad de Panamá, para ayudar a la investigación pero no fue localizado.
Luego de tres meses apareció el cadáver de Mónica Sibauste, en un poblado cercano a la playa El Uverito. La mujer yacía degollada, el cuerpo estaba sobre un montículo de piedras y arena, un lazo rojo con el nombre de un salón de baile cercano y un pequeño bolso femenino estaban cerca de su cuerpo.
Todos los policías que investigaban a Pinto llegaron a le escena del crimen de Mónica y luego de ver las pistas señaladas concluyeron que se trataba de El Pajarito, ya que no muy lejos del cuerpo había huellas de caballería.
Los dos detectives designados a investigar el homicidio de Herminio y ahora de Mónica buscaron en los archivos de la Policía Secreta, [así se llamaba para entonces], y ¡vaya sorpresa! Pinto había estado preso en la capital por haber violado a una cuñada suya y a la madre de esta la misma noche. Consumía drogas y alcohol en exceso y al parecer se complacía con el sufrimiento de los demás. Un médico forense llegó a decir que Anastasio Pinto odiaba a las personas.
Este evento había ocurrido dos años antes de adueñarse de su provincia natal: Los Santos. Solo era cuestión de tiempo para que El Pajarito cayera en manos de la policía.
El 20 de julio de 1921, en medio de las fiestas de la patrona de Las Tablas, Santa Librada, apareció nuevamente el asesino cabalgando de noche por una calle oscura de Macaracas. Los moradores lo identificaron porque había cambiado de caballo pero no de manta, esta era la misma desde su primer crimen.
Entró a una cantina y obligó al camarero a darle el whisky más fino que tenía en la bodega, gratis. Después, empuñando el enorme machete sin desenfundarlo, besó y tocó las partes íntimas de la pareja de un cliente.
El destino
Nadie en la cantina se atrevió a chistar una palabra en desaprobación de la acción del homicida, la testosterona de El Pajarito se agitaron aquella noche, pero sabía que alguien pudo ir a Las Tablas a avisar de su presencia en el pueblo y subió a su corcel y huyó.
Luego de cabalgar varios kilómetros hasta la comunidad de Los Higos, se dirigió a la casa de Ana Domínguez, una mujer de 42 años que vivía con su madre, cerca de las 10:00 de la noche llamó a la hermosa macaraqueña, una rubia esbelta, alta y de ojos verdes, pero ella debido al temor difundido por toda la región de que “El Pajarito andaba suelto matando gente” no quiso abrir.
No hizo mucho esfuerzo para entrar a la casa, una patada a la puerta de madera le dio paso, entró y amordazó a la indefensa mujer, la violó repetidas veces, poco antes le había cortado el cuello a la madre de Ana, pero ella no lo sabía porque estaba en otra habitación.
En efecto, a un joven habitante del pueblo lo habían encomendado ir hasta la comisaría más cercana a avisar a la policía.
Pinto amaneció junto al cuerpo de Ana atada de manos y amordazada, a las 5:00 de la mañana del día 21 la policía llegó a Macaracas, le siguieron la pista hasta Los Higos y rodearon la casa. Atrincherado dentro de la casa el hombre se negaba a salir pese a que le advirtieron que si no lo hacía abrirían fuego contra él.
Los policías de civil y uniformados derribaron la puerta de la casa, y como todo un espadachín Pinto trató de acertar a la garganta de uno de los agentes, pero estos abrieron fuego. Se desplomó al piso y sosteniendo aún el pesado machete en el aire, el filoso artefacto cayó sobre su cuello y le abrió la yugular, pero los disparos de las armas policiales lo habían matado.