Víctor: La lucha diaria por subsistir en la ciudad
- miércoles 22 de noviembre de 2023 - 1:45 PM
Al final de la calle República de la India, que termina en la Vía Porras, corregimiento de San Francisco, hay ropas colgadas de las ramas: suéteres, pantalones y shorts. En la hierba también hay prendas de vestir, secándose.
Las pertenencias son de Víctor, un señor de 72 años, que está sentado en un muro de cemento al que le ha colocado unas capas de cartón para ablandarlo.
Está allí hoy, (domingo), mañana lunes; todos los días de la semana. A su alrededor hay bolsas con basura, desechos sueltos, un maletín deportivo y un cartel escrito con letras azules.
Mira los carros que bajan la cuesta, pero ninguno baja la ventana. Y si no baja la ventana, Víctor se queda quieto en el murito.
‘Ahora camino hasta el semáforo de la bomba, aquí la cosa está dura', dice.
Sobre la vía Porras hay otro señor con un letrero similar al de Víctor colgado del cuello. ‘Es chiricano y también la está pasando mal'.
Víctor cuenta que nació en el distrito de La Mesa, Veraguas, hizo hasta el sexto grado y a los veinte años vino a la capital, a vivir con una tía en Catedral.
En aquellos años trabajó en la construcción, en un supermercado, en una panadería industrial y de carretillero en el antiguo Mercado de Abastos. En el último empleo un carro lo golpeó en una pierna y ésa ha sido la única vez que ha pisado un hospital.
Antes de la pandemia conoció al señor Rómulo en Calidonia y éste lo trajo a San Francisco. Los dos se ponían a la sombra de este árbol, a esperar que los conductores bajaran los vidrios y les regalaran algunas monedas.
‘Nos dan cuaras, pesos y dólar, pero no alcanza. Me dijeron que fuera el lunes a la Tumba Muerto', dice.
Víctor dice ‘a la Tumba Muerto' para referirse a la sede principal del Mides, donde dice que hace años fue con un familiar a llenar los documentos para el programa 120 a los 65 y se le extraviaron. Regresó y le recomendaron que los volviera a llenar. Lo hizo, y cada cierto tiempo va a preguntar por su dinero.
‘Si me dan esa plata las cosas cambian, puedo poner un puesto para vender legumbres y alquilar un cuartito', comenta con la esperanza iluminando su rostro.
Cuando amanece nublado, Víctor sabe que será un día duro. Cuando llueve me voy a la tienda del otro lado de la calle, allá no me mojo, señala.
Cuando le pregunto a Víctor dónde, responde que en la calle. Cuando le pregunto en qué calle responde que en Calidonia. Cuando le pregunto en qué área del corregimiento contesta que donde venden las flores.
Donde venden las flores es la bajada que está justo detrás de la antigua casa Miller, donde conoció al señor Rómulo, un guna de más de 80 años, que desde que empezaron a cerrar las calles en rechazo del contrato minero no ha regresado.
Regresando a los primeros años de Víctor en la capital, se casó, tuvo dos hijos y tiene nietos. Lo vienen a ver de vez en cuando y que una tía le ha ofrecido que se vaya a vivir con ella a Las Trancas, área rural de San Miguelito, pero él regresa la invitación porque son casi 4 dólares en chivas para ir y venir.
Cuando le pregunto por sus pertenencias señala la mochila descolorida. En Calidonia roban mucho, dice, tengo que tenerla encima. Del tronco del árbol cuelga una estampa del Sagrado Corazón de Jesús que le regaló una señora.
Víctor no ve por el ojo izquierdo desde que trabajaba en la panadería. ‘Yo regresaba a la casa de noche y me lavaba la cara y así fui dejando de ver'. Quizás pudo ser a causa de un glaucoma que fue perdiendo la vista, pero eso no lo sabe porque dice que la única vez que ha visto a un médico fue cuando el carro le golpeó la pierna.
Que solamente tenga daños severos en el ojo izquierdo y el resto del cuerpo esté bien Víctor lo atribuye a su sangre. ‘Tengo buena sangre y cuando uno tiene buena sangre no cae enfermo'.