Historia de las relaciones de Panamá con los Estados Unidos
- domingo 13 de julio de 2025 - 12:00 AM
La amputación de la unidad territorial que sufrió la sociedad en México, con el Tratado Guadalupe Hidalgo, hicieron colapsar el desarrollo económico y social. El vasto territorio verde y de tierra que empujaba el polvo de sus desiertos nunca dejo de ser amado. Trataron de cazar al águila y ahogar a la cultura del sol y de la luna. Pero el amor y el brillo del majestuoso de Teotihuacán espero que su raza latina cumpliera su misión de atalaya de unidad que llegaría algún día.
Mientras el sajón del norte con sus barras y las estrellas crecía, del otro lado de río en la soledad de aguas cristalinas brotaba la espiritualidad ancestral y a paso lento continuaba la vida mexica. Una sociedad de brisas se iban formando, los hijos del sol y de la luna. El maíz y su color de oro alumbraban su camino. Un universo cíclico donde el cambio general estaba marcado por la destrucción o creación. La cosmovisión mexica brillo por la influencia de otras culturas tolteca y mixteca.
Con la naciente república de 1821, se pasó al ciclo de la muerte de la invasión de los sajones, y con furia entraron hasta la capital. Ahí, se firmó el lesivo Tratado Guadalupe Hidalgo, que de un tajo cortó la unidad de México y con furia de los sajones de las 13 colonias dividieron el territorio. Qué más podría pasar, los sajones racistas habían cometido en sus propias tierras el genocidio expulsando de las 13 colonias a las poblaciones indígenas de su región. Y en México dividieron lo que la cosmogonía había unido.
Más de 175 años después de su firma continúa proyectando sus nocivos efectos sobre la realidad política y social y cultural de América del Norte. Pese a que las causas legales se ejecutaron en el siglo XIX, el dolor de las heridas y sus consecuencias prácticas del nefasto tratado siguen presentes en las dinámicas actuales entre México y los Estados Unidos. Al establecer el Río Bravo como límite, el tratado no solo definió un nuevo mapa, sino que creo una zona de contacto permanente cargada de tensiones, intercambios y desafíos. La discriminación la más amarga fue el arma de exclusión racial para seguir dominando después de aprobado el tratado.
Desde entonces, la frontera se ha convertido en un espacio de migraciones masivas, comercio desigual, tráfico ilícito y complejos flujos culturales y económicos. Las crisis migratorias que ocupan hoy los titulares de la prensa internacional tienen buena medida sus raíces históricas que se remontan aquella cesión forzada de territorios.
Cuando el tratado se firmó, miles de mexicanos quedaron, de la noche a la mañana, viviendo en lo que ahora eran territorios estadounidenses. Aunque el tratado garantizaba sus derechos civiles, políticos y de propiedad, en la tierra en la práctica muchos de ellos fueron despojados de sus tierras, discriminados socialmente y excluidos de los beneficios de la nueva ciudadanía. Este fenómeno dio origen a una comunidad mexicano-americana con una unidad particular: particularmente mexicana, pero a integrarse a un país que los había conquistado.
Hasta hoy las luchas por el reconocimiento de derechos, las disputas sobre tierras comunales y las demandas de reparación histórica continúan siendo temas sensibles. El movimiento chicano de los años 60 y 70, por ejemplo, rescató la memoria del tratado como símbolo de agravios sufridos como las autoridades de origen mexicano en los Estados Unidos. El desequilibrio económico, exacerbado desde el siglo XIX, favoreció la migración de trabajadores mexicanos hacia Estados Unidos en busca de mejores condiciones laborales.
Mientras que en los Estados Unidos el Tratado Guadalupe Hidalgo desde el siglo XIX, favoreció la migración de trabajadores mexicanos hacia los Estados Unidos suele ser visto como un episodio más dentro de la expansión continental y el cumplimiento de su “Destino Manifiesto,” en México el tratado permanece como un doloroso de los costos de la debilidad política, las divisiones internas y la intervención extranjera.
Hoy en el pesar de un tratado que dividió territorios y sus gestores aislaron a los auténticos dueños, el mal renace con las deportaciones de migrantes sin la más mínima prueba. La democracia sajona ha violentado los derechos humanos y el debido proceso en las deportaciones. La raza latina enfrenta su más inhumano golpe y alza su voz de guerreros en defensa de sus familias y justicia frente a un desequilibrado presidente que en su discordante humor de descendiente de familia migrante mareado por el poder no distingue entre humanos de animales. La prueba prístina es que les puso aranceles en territorio donde solo habitan focas.