Historia de 3 hermanas convertidas en piedra
- miércoles 19 de febrero de 2025 - 12:00 AM
Enclavado en las montañas de Capira, hay un pueblo que guarda secretos, historias y un encanto que parece resistir la modernidad. Su nombre, Tres Hermanas, evoca curiosidad y asombro, y es la razón por la que me encuentro aquí, rodeado de paisajes verdes y de la calidez de su gente.
La voz que me guía en esta travesía es la de Fidel Alabarca, un hombre de 65 años, con la piel curtida por el sol y un sombrero que parece ser parte de su esencia.
Para llegar a este lugar hay que entrar por El Espino, en La Chorrera, y luego subir y bajar lomas durante unos 45 minutos. Es un pueblo conformado por apenas mil habitantes.
La curiosidad me empuja a preguntarle a Fidel Alabarca sobre el origen del nombre del pueblo.
Fidel sonríe y me dice: “Hace más de 130 años, cuando el pueblo apenas comenzaba a formarse, tres hermanas desobedecieron a sus padres un Jueves Santo. Las niñas pidieron permiso para ir al río, pero sus padres, temerosos de Dios, se los negaron. Sin embargo, se escaparon para bañarse y se convirtieron en piedras”, narra Fidel con un tono de voz que parece traer a la vida la tragedia de aquellas pequeñas.
“Las tres piedras están allí, como un vivo ejemplo de la desobediencia”, añade, mientras apunta hacia el lugar donde, según la leyenda, las hermanas quedaron atrapadas en el tiempo.
En Tres Hermanas, la falta de señal de teléfono celular ha permitido que sus habitantes no sean absorbidos por la tecnología. Los niños, en lugar de estar pegados a pantallas, se sientan a conversar, a contar historias y a jugar, manteniendo viva su inocencia.
“Aquí la vida es simple y verdadera”, dice Fidel, mientras observa a los pequeños reír y correr por el campo.
Sin embargo, la vida en este rincón del mundo no está exenta de dificultades. Al igual que muchas comunidades alejadas de la gran ciudad, Tres Hermanas carece de buenas carreteras, escuelas adecuadas y un centro de salud equipado.
“Nos morimos de dolor porque, aunque hay un centro de salud, no está equipado”, lamenta Fidel. Esto refleja la realidad de muchos que viven en estas tierras apartadas.
La mayoría de los habitantes de Tres Hermanas se dedica a la cría de gallinas y a la agricultura, cultivando la tierra para subsistir. Cada 28 de enero celebran las festividades del Santo Cristo de los Milagros, el patrono del pueblo.
“Ese día matamos una vaca y vendemos comida para todos”, explica con orgullo, como si en esa tradición se encerrara la esencia misma de su comunidad.
Una de las curiosidades del lugar es una enorme piedra que se alza cerca de un río, adornada con dibujos hechos por indígenas durante la época de la conquista.
“Aquí también pasó el general Victoriano Lorenzo, levantó un campamento cerca”, cuenta Fidel, como si el eco de la historia aún resonara en cada rincón.
Me dice que todavía viven descendientes del general en Tres Hermanas, lo que añade una capa más de riqueza a la narrativa de este sitio.
Así, mientras el sol comienza a descender y el cielo se tiñe de un azul profundo, me despido de Tres Hermanas. La historia de este pueblo, con sus leyendas, tradiciones y su lucha por mantener la vida simple, queda grabada en mi memoria. Fidel Alabarca, con su sombrero y su sabiduría, se convierte en un símbolo de la resistencia de una comunidad que, a pesar de las adversidades, continúa tejiendo su historia en el hilo del tiempo.