Gaspar Octavio Hernández y el canto del ‘cisne negro' II Parte
- sábado 29 de febrero de 2020 - 12:00 AM
A pesar de haber tenido una existencia tan efímera, Gaspar Octavio Hernández aportó a la literatura panameña suficiente material literario que abarca desde poemas, cuentos, crítica literaria y artículos que publicaba en revistas y en La Estrella de Panamá.
En este material literario encontramos, pese a su corta edad, un amplio bagaje cultural. Pecaríamos así en señalar a Gaspar Octavio Hernández como el poeta de poemas patrióticos por su ‘Canto a la bandera', poesía con la que, generalmente, se le conoce en los centros educativos cuando llega el mes de noviembre. Sin embargo, en sus poemas podemos apreciar las diferencias sociales, el amor, la soledad y la religión.
Conocido como el ‘Cisne Negro', el poeta de los marginados o poeta del pueblo, también se enfocó en temas poco abordados por los poetas de su época, tales como el tema que refleja una fuerte conciencia ecológica. Por eso, Hernández fue el adalid de los árboles y se enemista con aquellos que los destruyen y los talan.
Es considerado como uno de los poetas que abordan el tema ecológico en Panamá. En el poema ‘Árboles de la orilla del camino', se evidencia ese sentimiento ecológico del vate:
¡Niño, cuida de árbol! ¡De su fuerte gallardo tronco y de sus ramas cuida! ¡Es cuna: el árbol protegió tu vida! ¡Es caja: el árbol te amará en la muerte!
¡Árbol!... Símbolo puro de un anhelo que en nuestras almas la ilusión aferra; vivir queremos, como tú, en la tierra; y vivir, como tú, de cara al cielo, (La copa del Amatista, 1913).
También sus versos se adornan de temas cotidianos que, en su barrio arrabalero de Santa Ana, solía presenciar como los paraísos artificiales de la drogadicción, la prostitución y la enfermedad social desde la virtud de la mujer hasta la agonía del espíritu como se observa en estos versos del ‘Alma de ayer'.
‘Después!... Después!... El trágico descenso! Oculto en el prostíbulo el querube! Su virtud, como el humo del incienso, dejó su aroma y se perdió en la nube!'
‘Después!... Las noches! El placer! La orgía! Amante sin amor de un viejo verde! Después... La calma estúpida y sombría del que ignora el valor de lo que pierde', (La copa del Amatista, 1913).
También se identifica con los pobres, mediante lo carnavalesco, lo cotidiano y lo festivo. Lo describe en el carnaval: ‘no escasean las cálidas trigueñas de nuestro istmo, quienes van luciendo vistosas polleras, van por esas vías de Dios y riegan más sal que las mismas hijas de la tierra andaluza', (Cuadro de Carnaval). Igual contraste presenta en la revista Nuevos Ritos: ‘Serpentina y Confeti', al escribir: ‘festín de Momo ese factor es la pollera, la legendaria pollera que, cubriendo la escultura viviente de nuestras bellas, es pintoresca en las toldas; ondulante en las calles ‘en los parques, donde las habaneras invitan a danzar locamente con una trigueña elegante de ojos decidores y cintura de lirio'.
Como crítico literario y hombre de letras, Gaspar Octavio Hernández fustigó a aquellos escritores improvisadores, mediocres y su falta de lectura.
Pululan los vates de 10 centavos por docena, no impera la elegancia. Es que, para El Cisne Negro, la literatura consiste en constantes renovaciones estilísticas y temáticas, además, que tiene que tener originalidad y sentido estético.
Sus pensamientos se delinean hacia una sociedad de justicia social, en que el pueblo debe avanzar, y con ello se irá depurando, perfecciona sus capacidades intelectuales al mismo tiempo que las multiplica.
No obstante, Hernández supo reconocer los méritos de aquellos intelectuales de su época y sus aportes culturales tales como los de Federico Escobar, Edmundo Botello, Carlos A. Mendoza, Rodolfo Aguilera, Guillermo Andreve y Darío Herrera, entre otros.
Toda su producción literaria estuvo marcada por la soledad de huérfano y por su aislamiento romántico propio de los genios como lo señala Demetrio Korsi en ‘Elegía en prosa del poeta' (1920) en ‘las mesitas de las tabernas sórdidas de los barrios silentes de Panamá, para leer y devorar páginas de artistas distantes en largas horas de las noches, mientras ‘una lámpara regaba su luz mortecina, vaga, melancólica'.
Y luego, salía a pasear con su soledad ‘por las callejuelas, cuando la aurora despuntaba y el lucero del alba languidecía en el cielo matutino'. Y, por ello, quizá intuyendo su final cercano escribe el siguiente poema Canción del alma errante (5 de agosto de 1918):
Y dejadme... Voy a solas; nada quiero, nada os pido...
¡Solo un poco de silencio os demando para mí!...
¿Y mañana?... Tras mis huellas seguirá quizá el olvido...
¿Y mañana?... Las estrellas os dirán tal vez quién fui...