Francisco: el pelaito de barrio que llegó a Papa

De joven soñaba con ser médico, pero una enfermedad respiratoria lo obligó a cambiar de planes
  • lunes 21 de abril de 2025 - 10:57 AM

Antes de convertirse en el líder espiritual de más de mil millones de católicos, el papa Francisco fue simplemente Jorge Mario Bergoglio, un pelaito argentino criado en un barrio humilde de Buenos Aires.

Nació el 17 de diciembre de 1936, en el seno de una familia de inmigrantes italianos, en el barrio de Flores, donde aprendió desde chico el valor del trabajo, la fe y la solidaridad.

Su papá, Mario, era contador en el ferrocarril, y su mamá, Regina, ama de casa con carácter fuerte. En esa casa sencilla de piso de baldosas y olor a guiso casero, Jorge creció entre cinco hermanos, corriendo por las calles del barrio, jugando al fútbol con los vecinos y ayudando a su abuela Rosa, quien dejó una huella profunda en su alma.

Fue un niño callado, observador, y de corazón grande. No fue el más sobresaliente en los estudios, pero sí el que más se preocupaba por los demás. Sus amigos de infancia aún recuerdan que si alguien llegaba sin merienda a la escuela, él compartía la suya sin dudarlo.

De joven soñaba con ser médico, pero una enfermedad respiratoria lo obligó a cambiar de planes. A los 21 años perdió parte de un pulmón por una infección severa. Muchos pensaron que eso lo frenaría, pero fue justo en esa época que sintió el llamado de Dios.

Los que lo conocieron en su juventud dicen que nunca le tuvo miedo a ensuciarse las manos: trabajó como portero de discoteca, técnico químico y hasta limpiando suelos, antes de entrar al seminario.

Esa infancia de esfuerzo, humildad y cariño marcó su forma de ver la vida. No se le olvida de dónde viene. Por eso, como Papa, ha preferido los zapatos viejos a los de lujo, el apartamento sencillo al palacio, y hablar claro, como lo hacía su abuela, a andar con rodeos.

Hoy, desde el Vaticano, el pelaito de Flores sigue siendo aquel muchacho de barrio que aprendió a mirar a los demás con ternura y nunca se creyó más que nadie.

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