El camino hacia Metro Park
- martes 29 de enero de 2019 - 12:14 AM
CRÓNICA
No se me queden en el puente. Avancen. Sé que vienen cansados pero si nos quedamos aquí nos caemos, dice una voluntaria a los peregrinos que se detenían a mirar la extensión el terreno de la vigilia.
Tres muchachos con la cara del color del tomate maduro cortaban ramas largas con las manos. ¿Para qué necesitan esas ramas? Era la pregunta obligada para quienes los miraban en aquella tarea.
Lo lograron, e ingresaron al lugar con el fruto de aquel esfuerzo. Les seguí para ver el destino final de aquellas varas que minutos antes eran estorbos en la cuneta.
Con aquellas ramas levantaron una carpa y se acostaron a descansar sobre un suelo caliente donde crecían las carpas como hongos en la selva.
Eran apenas las cuatro de la tarde del sábado (26 de enero) y aquella multitud no era ni la mitad de los 600 mil que se aproximaban por alguna de las puertas de entrada de Metro Park. Aún faltaban más de dos horas que llegara el papa Francisco a su segundo encuentro masivo. El primero fue el vía crucis en la Cinta Costera (Parque Santa María La Antigua).
Todos los caminos conducen a...
Esos son los jóvenes que van a ver al papa, le dice la vendedora de una panadería a una clienta. Yo quería ir, pero llegar hasta allá está muy berraco, le responde la compradora.
Por un carril de la vía Tocumen caminaban los peregrinos con sus mochilas en la espalda, gafetes colgándoles del cuello y las banderas de sus naciones. Cada grupo se hacía acompañar de un líder.
En la medida en que se aproximaban a Juan Díaz la cantidad de jóvenes se multiplicaba. Se multiplicaban porque de todas las calles salían peregrinos que se detenían en una plaza comercial que colindaba con el Corredor Sur. Aquí se borraba cualquier perspectiva que se tuviese del evento.
En este punto los jóvenes se abastecían de alimentos para el resto de la tarde, la noche y la mañana. Así bajaban por una pendiente hasta el tramo del corredor que se transformaba en un corredor humano que estaba, todavía, a muchos kilómetros del sitio de la vigilia.
El sol quemaba y las pocas sombras que se encontraban eran las que daban los puentes. La muraba que divide los carriles era un extenso asiento para recuperar la energía.
Falta poquito. Es en aquel puente, grita un vendedor de petates, sillas, gorras, banderas, suéter, cintas, botellas de agua y jugos a los peregrinos que pasaban a un costado de su improvisada tienda.
Debe ser un rosario. Los grupos de jóvenes en un idioma que no logré saber cuál era rezaban para hacer más llevadero aquel peregrinaje.
El falta poquito de vender eran unos tres kilómetros y el sol estaba lejos de perderse en aquel cielo infinito.
En este último tramo, los peregrinos se hacían con pedazos de tabla que les aliviase la carga. Como se cargaban los enfermos en el interior, colgando una hamaca en una vara larga que luego cargaban dos personas, así transportaban los peregrinos las bolsas de comida.
Luego de cerca de diez kilómetros recorridos, se elevaba la tarima principal. Y pensar que desde este punto, el puente desde donde la voluntaria pedía que no se quedaban mucho tiempo y desde donde también se miraba a los jóvenes que cortaban los pedazos de ramas, era apenas el comienzo del recorrido para llegar a las zonas destinadas para los peregrinos y el resto de la población.
¿Es posible eso?
Las zonas estaban bien identificadas. Les corresponde adelante, pero si está lleno hay zonas vacías, le dice un policía a un grupo de peregrinos que le hicieron la pregunta. Para el público en general, allá, me dijo. Ese ‘por allá' eran miles de metros que se hacían por un sendero amurallado. Atrás iban quedando las islas llenas de peregrinos resguardados en toldas y paraguas y una fe que le daría abrigo toda la noche.