¿Arte o espectáculo? El fraude de la selfie cultural

El verdadero peligro no está en tomarse fotos en un museo, sino en pensar que el arte vale solo si se comparte y no si se siente.
  • sábado 24 de mayo de 2025 - 11:00 PM

El arte ya no necesita conmover, ni transformar, ni cuestionar. Hoy solo necesita ser “instagrameable”. La contemplación fue sustituida por la postura; la experiencia estética por el contenido visual. Hemos transformado al museo en una sucursal de entretenimiento, y al espectador en un consumidor voraz de imágenes propias con una obra de fondo.

No importa si entiendes el Guernica de Picasso, solo asegúrate de verte bien frente a él. No importa si el mural habla de injusticia social, basta con que combine con tu outfit. Esta perversión contemporánea de la cultura ha sido alimentada —y legitimada— por instituciones, artistas y curadores que, con tal de no incomodar al visitante, prefieren ofrecerle espejos antes que ventanas.

La obra como fondo, el espectador como protagonista

En 2019, el museo Van Gogh de Ámsterdam tuvo que prohibir fotografías en ciertas salas por el caos que generaban las multitudes buscando la toma perfecta frente a Los girasoles. Lo mismo ocurrió en el Museo del Louvre, donde la Mona Lisa ha sido convertida en fondo de millones de selfies que ocultan por completo su presencia. ¿Quién ve la obra? Nadie. Lo importante es mostrarse con la obra, aunque nunca dentro de ella.

Este fenómeno no es nuevo. Walter Benjamin ya lo anticipaba en 1935 cuando hablaba de “la pérdida del aura” de la obra de arte en la era de su reproducción técnica. Pero lo que Benjamin no imaginó es que no solo perderíamos el aura, sino también la atención, la sensibilidad y el silencio necesarios para relacionarnos con una obra desde lo humano y no desde lo narcisista.

Museos vacíos de visitantes, pero llenos de Instagram

Panamá no escapa de esta tendencia global. Las visitas a exposiciones como las del Museo de Arte Contemporáneo (MAC Panamá) se han convertido en eventos sociales más que culturales. ¿Cuántas personas se toman fotos frente a una instalación de Teresa Icaza o Isabel De Obaldía, sin detenerse a entender su contexto, su intención, su crítica?

Según cifras de la Fundación Arte Panamá, apenas el 8% de los visitantes a exposiciones adquiere algún catálogo, folleto o material adicional para comprender las obras. La experiencia se queda en la superficie visual, en la pose estética sin raíz intelectual.

El museo como parque temático

Los grandes museos han comprendido que la selfie vende más que la cultura. Por eso han multiplicado las “experiencias inmersivas”, esos simulacros de arte donde la obra desaparece y el visitante se convierte en el protagonista de un show de luces y colores.

Las Van Gogh Immersive Experiences han recorrido el mundo entero. Proyectan versiones agrandadas y animadas de las obras del pintor, con música épica de fondo y asientos reclinables. Pero el trazo, la textura, la angustia de un Van Gogh real... eso no está allí. No hay uno solo original. Solo hay espectáculo. Y sin embargo, las filas son interminables.

Este formato ya ha llegado a América Latina con gran éxito. Panamá fue sede de una versión similar, donde “la experiencia sensorial fue más importante que la obra en sí”, según declaraciones de los organizadores. ¿Más importante? ¿Desde cuándo el disfraz vale más que el alma?

El mercado aplaude, la crítica calla

¿Por qué el sistema del arte aplaude estas prácticas? Porque son rentables. Un museo lleno de adolescentes que se toman fotos garantiza tráfico, presencia en redes y potenciales patrocinios. Los artistas que crean “arte visualmente atractivo para stories” tienen más chances de ser seleccionados en bienales y festivales. La crítica ya no critica. Se ha convertido en copywriter de la complacencia.

El verdadero peligro no es que se tomen fotos en un museo, sino que ese sea el único vínculo que se tenga con el arte. Que los jóvenes crean que arte es lo que se puede compartir, no lo que se puede sentir. Que la obra deje de ser un llamado ético y estético, para convertirse en un fondo temático.

Recuperar la experiencia, no la imagen

Frente a este panorama, urge una recuperación del arte como experiencia íntima y profunda. Necesitamos educar en la mirada, no en la pose. Enseñar que una obra no es un objeto de consumo, sino un puente hacia el pensamiento, la emoción, la historia, la incomodidad.

Panamá necesita programas de formación crítica que no se limiten a talleres de pintura infantil, sino que formen espectadores. Que enseñen a leer una obra como quien descifra una herida. Que devuelvan al arte su función: decir lo que el poder calla, mostrar lo que el mercado oculta, y conmover desde lo humano.

Y si alguna vez nos enfrentamos a una gran obra —ya sea de Alfredo Sinclair o de Velázquez— que la única imagen que quede sea la que nos llevamos en el alma, no en la galería de nuestro celular.

Urge una recuperación del arte como experiencia íntima y profunda. Necesitamos educar en la mirada, no en la pose”.
Steven De los Ríos
Actor y columnista