El acordeón: de modesto inicio a lucrativo negocio
- miércoles 21 de septiembre de 2022 - 12:00 AM
Cuando Gelo Córdoba, un acordeonista de origen campesino, nacido en un caserío situado en las estribaciones del Cerro Canajagua, de la Penínsua de Azuero, grabó en acetato sus primeros temas musicales, ‘Mogollón', ‘Canajagua Azul', ‘La línea de La Miel', ‘Ráscate', ‘A Chitré', ‘De David A Pedasí' y tantos otras composiciones que aún viven en el recuerdo, nunca imaginó que su espontánea ejecución del instrumento de fuelle y botones sería el punto de partida de lo que posteriormente devino en una pujante industria comercial sustentada en el entretenimiento, el espíritu alegre, parrandero y divertido de muchos panameños, sobre todo de los que, tras abandonar el campo llegaron a la capital atraídos por una vida más llevadera, cargando encima su nostalgia por el terruño que dejaron atrás.
Se sabe que Gelo en sus inicios tocaba el violín, incluso estudió el pentagrama y después cambió al acordeón.
Después de fallecido en 1959 este artista vernacular, comenzaron a escucharse nombres como los de Dorindo Cárdenas, los hermanos Ceferino y Chalino Nieto, Alfredo Escudero, Victorio y Ulpiano Vergara, Dagoberto (Yin) Carrizo, Amadis Bernal, Isidro (Chilo) Pittí, Osvaldo Ayala y otros tantos que incursionaron, unos con más y otros con menos renombre, en la ejecución del acordeón.
En el pasado había quedado el violín con el que se amenizaban las fiestas caseras de las vísperas y las piladeras la noche antes de las jornadas colectivas de trabajo de las peonadas y las juntas de embarre.
El auge económico generó para la música de acordeón un salto descomunal.
Las empresas fabricantes de licor y cerveza comenzaron a facturar grandes sumas de dinero, y los conjuntos típicos introdujeron modernos equipos de sonido con que alegraban a sus bailadores.
Lejos en el tiempo quedaron los instrumentos de percusión, el tambor y el timbal forrados con cuero de venado y la churuca de calabaza que acompañaban a Gelo en los inicios de su carrera musical tocando un pequeño acordeón rudimentario de una sola fila de botones.
En las décadas de los 60, 70 y 80, no hubo pueblo en el interior que no ostentara un jardín de baile con capacidad de albergar a cientos y hasta miles de personas, sobre todo en fiestas patronales.
El baile comenzaba a las 8:00 o 9:00 de la noche y dependiendo del éxito de la fiesta a veces se prolongaba hasta el amanecer.
Esos centros de diversión eran abiertos. El asistente ingresaba por cualquier lado y sin mucho control llegaba a la barra de la cantina para disfrutar del trago de su predilección y solicitar una pieza a las damas presentes.
En la ciudad de Panamá capital de la república, adonde se había desplazado la fuerza laboral de la campiña interiorana, surgieron jardines como El Orgullo de Azuero, Club Tableño, Cosita Buena, La Pollera, el Club 24, la Playa de Veracruz y, en La Chorrera, La Espiga Interiorana.
Dos acordeonistas marcaron una nueva tendencia en la ejecución del acordeón, ellos fueron Teresín Jaén y el Ñato Monga Sánchez, con un estilo diferente que le granjeó el apoyo de grandes masas de bailadores.
Ambos eran exclusivos de los Clubes 24 y La Pollera, situados en el sector de Calidonia.
Teresín dejó en el recuerdo de sus seguidores, los llenos completos en la Esquina Caliente de San Miguelito.
En el ascenso de este género musical, la publicidad comercial jugó un papel importante.
En sus comienzos era frecuente ver que los espectáculos se anunciaban en vistoso letreros luminosos en los centros de diversión, a diferencia de hoy, cuando los organizadores cuelgan en cualquier esquina una tela desaliñada y de pésimo gusto.
Los periódicos publicaban desplegados con la fotografía del acordeonista anunciando su próxima presentación.
Hay que anotar que la pandemia de COVID 19 asestó un duro golpe a este y los demás espectáculos musicales debido a las medidas de distanciamiento social, pero ya se observan visos de recuperación.