20 de diciembre de 1989: memoria, duelo y reflexión

Las consecuencias humanas de aquella madrugada continúan siendo uno de los temas más sensibles del debate nacional
  • sábado 20 de diciembre de 2025 - 12:00 AM

Cada 20 de diciembre, Panamá detiene su ritmo habitual para recordar uno de los episodios más dolorosos y determinantes de su historia republicana reciente: la invasión estadounidense de 1989. Más de tres décadas después, este acontecimiento continúa marcando la identidad nacional, la memoria colectiva y el debate público sobre la soberanía, la justicia y la reconciliación. En este aniversario, este hecho histórico adquiere un sentido especial: no solo se trata de volver sobre los hechos, sino de entender su impacto profundo en la sociedad panameña y la responsabilidad de mantener viva una memoria crítica, respetuosa y coherente.

La operación militar denominada Just Cause, ejecutada en la madrugada del 20 de diciembre de 1989, irrumpió de forma fulminante en distintos puntos estratégicos del territorio nacional. Con un despliegue militar sin precedentes en la región, las tropas estadounidenses ingresaron bajo el argumento de proteger vidas estadounidenses, combatir el narcotráfico y capturar al general Manuel Antonio Noriega. Más allá de las justificaciones, la intervención significó una fractura abrupta en la vida cotidiana del país, que despertó envuelto en fuego cruzado, incertidumbre y dolor.

Las consecuencias humanas de aquella madrugada continúan siendo uno de los temas más sensibles del debate nacional. Aunque no existe una cifra oficial unificada, diversos informes estiman que los fallecidos ascienden a centenares. El Chorrillo, uno de los sectores más afectados por los bombardeos e incendios, se convirtió desde entonces en un símbolo del trauma colectivo. Las familias de las víctimas, las personas desplazadas y quienes vivieron la tragedia en carne propia han mantenido, a lo largo de los años, un reclamo persistente por reconocimiento y reparación.

En 2021, el Estado panameño declaró oficialmente el 20 de diciembre como Día de Duelo Nacional, un paso significativo hacia la reivindicación de la memoria histórica. Sin embargo, la fecha continúa planteando desafíos: cómo enseñar el acontecimiento en las escuelas, cómo integrar distintas voces y relatos En esta fecha, el llamado vuelve a ser claro: reconocer la diversidad de experiencias sin desestimar el sufrimiento de quienes fueron directamente golpeados.

Más allá del impacto humano, la invasión de 1989 representó un punto de quiebre político. El fin de las Fuerzas de Defensa y la captura de Noriega abrieron el camino hacia una reconfiguración institucional que moldeó la democracia panameña contemporánea. Con la restauración del orden civil, el país emprendió reformas orientadas a la consolidación del Estado de derecho, el fortalecimiento de los poderes públicos y la redefinición de la seguridad interna. La Policía Nacional sustituyó la estructura castrense, marcando una nueva etapa en las relaciones cívico-militares.

Este proceso, aunque complejo y lleno de tensiones, sentó las bases para una transición democrática que, con sus avances y desafíos, continúa siendo motivo de análisis en la actualidad. La invasión, en ese sentido, no puede entenderse solo como un episodio bélico, sino como un punto de inflexión que modificó la arquitectura del Estado panameño y planteó nuevas dinámicas en su política exterior.

En este aniversario, la memoria no debe limitarse al recuento de los hechos o al señalamiento de responsabilidades; debe ser también un espacio para comprender los procesos de aprendizaje social. La tragedia sacó a relucir la resiliencia de comunidades que lo perdieron todo y que, pese a las pérdidas irreparables, reconstruyeron su vida con dignidad y esfuerzo propio. La solidaridad espontánea, la organización comunitaria y la voz persistente de quienes exigieron justicia forman parte de ese legado intangible que merece ser destacado.

Hoy, la conmemoración invita a mirar hacia adelante sin olvidar el pasado. Panamá es un país que ha aprendido a superar adversidades y a fortalecer su democracia. Pero la memoria histórica solo cumple su propósito cuando se cultiva con responsabilidad.

A manera de reflexión existe una oscuridad que me turba y hago la siguiente pregunta: “Noriega fue el auténtico representante del nacionalismo y expresión irrecusable como la figura de Victoriano Lorenzo, Pedro Prestan y Ascanio Arosemena”.

Es obvio que no, Noriega fue agente de CIA, quiso jugar con todos los bandos, en su afán de poder impidió que, el día que cayó el avión del General Torrijos en Cerro Marta, impidió que un grupo de militares llegaran hasta el cerro. Era para que otros escondieran las pruebas. En su efímera y loca campaña blandió el machete y arrastró consigo a los auténticos nacionalistas y a los testaferros para seguir acabando con el erario público. Ahí fue la muerte del nacionalismo, su relación con la CIA se fracturó cuando se negó utilizar a Panamá como base de ataque a Nicaragua. Traficante de armas y el opositor del cierre de la Escuela de las Américas. En su irresponsable mandato días antes de la invasión desarmó a todo el aparato militar antiaéreo. Sus ebrios actos nos llevó al desastre, a la traición a su tropa y hoy solo recibirá la condecoración de traidor.