• miércoles 17 de julio de 2024 - 12:00 AM

Una metáfora de la sociedad contemporánea

Los habitantes del corral están en un alboroto constante: patos y pollos revolotean mientras entremezclan sus graznidos y cacareos. La efervescencia se desborda entre las plumas, produciendo burbujas de alegría en este pequeño mundo animal. Es hora de comer, y la expectativa se palpa en el aire.

El espacio de convivencia, delimitado por 60 metros cuadrados de alambre de ciclón, es el escenario de esta dinámica cotidiana. En su interior, las aves van y vienen, explorando con sus patas y picos, chapoteando en el agua de los bebederos o simplemente paseando con elegancia, exhibiendo orgullosamente sus buches hinchados y sus cabezas erguidas.

El graznido de los patos y el cacareo de los pollos son como el bullicio de una multitud, un sonido para cada ocasión. Cuando el granjero finalmente coloca los granos de maíz y arroz en los comederos, el frenesí alcanza su punto máximo. Los residentes del corral se amontonan para alimentarse, devorando con avidez cada bocado.

Pero entre este bullicio, hay un lenguaje oculto que solo unos pocos pueden descifrar. Los científicos han identificado hasta 33 tipos distintos de cacareos en el caso de los pollos, cada uno con su propio mensaje codificado. Algunos son de advertencia, alertando sobre la presencia de depredadores, mientras que otros anuncian la llegada de un nuevo huevo al nido, o simplemente indican el placer de la alimentación.

Curiosamente, este cacareo también encuentra su eco en el mundo humano. Así como los pollos emiten sus señales, los actores sociales también lanzan sus propios mensajes. Algunos advierten sobre problemas que amenazan los intereses de la comunidad, mientras que otros simplemente denotan arrogancia y vacuidad, alimentando un festín de impunidad que corroe las bases de la sociedad.

Pero entre tanto ruido, ¿dónde quedan las voces que realmente importan? ¿Dónde están los clamores por una regulación bancaria más estricta, por la lucha contra los monopolios farmacéuticos, por la seguridad ciudadana, por la protección de los niños vulnerables, por un sistema de salud eficiente y una educación funcional? Estas preguntas quedan suspendidas en el aire, ahogadas por el cacareo constante de la vida cotidiana.

Es solo cuando las aves se sumergen en la paz momentánea de la alimentación que el cacareo se desvanece, dejando espacio para la reflexión. En este equilibrio entre el bullicio y la calma, quizás encuentre la sociedad humana su propia armonía perdida.

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