Una herencia envenenada

  • lunes 14 de abril de 2025 - 11:00 PM

Los políticos de derecha, izquierda y de centro ambicionamos llegar al poder público, decimos que para gobernar para el pueblo que nos vio nacer. Tiramos discursos, hacemos promesas, montamos movilizaciones de calles y anunciamos por los cuatro costados que nosotros cambiaremos la suerte de los panameños. Los pocos, iniciamos esta lucha política en las escuelas secundarias y universitarias. Los muchos miran desde las aceras, murmuran y nada hacen, esperando que las promesas se cumplan. Si las mismas se convierten en “cantos de sirenas” y “poses teatreras”, nadie detiene las críticas y los insultos.

Panamá no es el único país que atraviesa por estas poses “redentoras” y “salvadoras”. Los pueblos quieren oír esos discursos en las campañas electorales o en las campañas opositoras. Es la esperanza que los pueblos necesitan escuchar para motivarse a acudir a las urnas o marchar por los caminos de la revolución popular armada o callejera. La esperanza motiva la vida, la existencia, aunque la miseria nos invada. Los pueblos no pueden o no quieren analizar las causas de esas miserias que dificultan construir el presente y el futuro mejor. Acudimos al ataque morboso y despiadado, sin medir sus consecuencias. En fin, queremos que las promesas y los discursos se cumplan desde ya. Pero gobernar no es tan fácil como se cree. Se trata en nuestro caso de gobernar para cuatro millones y medios, de capitalinos e interioranos con sus problemas, sin dejar de mencionar las necesidades de las comunidades originarias y los millones de emigrantes que han llegado en los últimos años buscando pan y trabajo.

Y esos millones de panameños quieren trabajo, comida, medicina, escuela, servicios sociales y seguridad ciudadana. Pero todos queremos mantener las mismas costumbres de pocos esfuerzos, sin percatarnos que el mundo ha cambiado y Panamá también.

Panamá sigue dependiendo del Canal y sus tránsitos, dependía de las Bananeras ya desaparecidas, de las pequeñas y medianas empresas, muchas de ellas quebradas o a punta de desaparecer. Los Bancos guardan millones de millones de dólares, pero no son nuestros, son ajenos. No queremos mirar atrás. Nos asusta el pasado. ¿Qué hacer con Panamá y su herencia envenenada? ¿Saben los panameños que debemos pagar una deuda de 50 mil millones de dólares a la banca extranjera y a los organismos internacionales y agregamos, los miles de miles de adultos y jóvenes desempleados? ¿Cómo hacemos para solucionarlos? ¿Cómo pagar la deuda y derramar ‘chenchén’ sobre el pueblo panameño? No hay fórmula mágica, no hay discursos salvadores. Debemos explotar el Canal y sus riberas con más eficiencia, generando más ‘chenchén’ para invertir en el pago de la deuda y crear nuevas fuentes de empleos que lleven comida a la mesa de los panameños. Lograr un acuerdo nacional con las empresas existentes y las que se atrevan a invertir en Panamá y no espantarlas. Explotar todos los recursos de nuestra tierra para generar trabajos y riquezas para salir de la pobreza. Explotación racional y científica de nuestros recursos, panameñizando su riqueza y derramándola sobre nuestro pueblo. Esa debe ser la lucha de la izquierda, de la derecha y del centro.

Dejar el miedo, la desesperanza y la demagogia y lanzarnos a conquistar con trabajo el presente y futuro de los panameños.

Lograr un acuerdo nacional con las empresas existentes y las que se atrevan a invertir en Panamá y no espantarlas.