• martes 14 de enero de 2014 - 12:00 AM

El toque de Midas

Cuenta una antigua leyenda griega que en lo que hoy es Turquía había un rey llamado Midas, quien le hizo un gran servicio al dios Dionis...

Cuenta una antigua leyenda griega que en lo que hoy es Turquía había un rey llamado Midas, quien le hizo un gran servicio al dios Dionisio y este le ofreció concederle un deseo. Midas le pidió a Dionisio que quería tener el poder de que todo lo que tocara se volviera de oro. Dionisio se lo concedió y el rey, muy contento, se dedicó a probar sus nuevos poderes. Vio que, en efecto, todo lo que tocaba se volvía oro y pidió que le trajeran todo tipo de objetos para transformarlos en oro; su codicia no tenía fin y, poco a poco, todo lo que tenía lo fue volviendo de oro. Midas estaba extasiado. Pensó que en muy poco tiempo sería más rico que el más rico de su país, luego sintió que eso no sería suficiente y quiso ser el más rico de la región, pero, finalmente, decidió que tenía que ser el más rico del mundo.

Todo iba muy bien hasta que le dio hambre y pidió un banquete. Nunca le habían preparado un banquete tan opíparo, los cocineros se lucieron ahora que el dinero no era obstáculo, pero para desesperación de Midas cada cosa que tomaba en sus manos para comer ¡se volvía de oro! cada cosa que bebía ¡también se transformaba en oro!, pobre Midas, se moría de hambre y nada de su riqueza lo podía salvar. Su hija trató de consolarlo y a ella también la transmutó en oro, ya nada podía salvar a Midas y murió de hambre, de sed y de tristeza.

Cuando todo lo queremos monetizar, cuando todo lo medimos en dinero, cuando ya no se hacen favores ni regalos, si no que todos son servicios y ventas que se cobran en dinero, caemos en un fundamentalismo del mercado o sea, en el síndrome de Midas. Todo lo resuelve el mercado; todo se puede comprar; nunca es suficiente, siempre se puede acumular más riqueza volviendo cada cosa en un negocio. Si hay un terreno baldío para un parque, lo vendemos para hacer un centro comercial; si hay unos manglares vírgenes los talamos y los vendemos para hacer una barriada costanera; si hay unas playas públicas, las cercamos y las vendemos en lotes de lujo; si hay un río caudaloso, vendemos las concesiones para hacer dieciocho hidroeléctricas de pasada…, en fin, todo lo que Dios nos regaló para disfrutar entre todos, lo apropiamos, lo segregamos y los volvemos oro. Si seguimos así, tumbando y talando, vendiendo y saqueando, tal vez no nos muramos de hambre, pero sí nos vamos a morir de tristeza y de sed.

* PRESIDENTE DEL PARTIDO POPULAR

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