• viernes 14 de febrero de 2014 - 12:00 AM

Solo cifras…

La tarea no ha sido fácil. Son muchos los que se sorprenden por el notable crecimiento económico que experimenta Panamá, sin embargo el ...

La tarea no ha sido fácil. Son muchos los que se sorprenden por el notable crecimiento económico que experimenta Panamá, sin embargo el desarrollo humano comienza a pasar factura al país. Más empleo, pero con menos especialización laboral; con esto se explica un poco la realidad que enfrenta un individuo para sobrevivir en esta selva de cemento. No obstante, lo obvio parece no estar contenido en las cifras y en las campañas publicitarias que presenta el Gobierno Nacional, ya que detrás de estos fríos números se esconden terribles realidades. A la hora de distribuir las riquezas de un país, tanto el criterio como el modelo determinan el aspecto más esencial en la métrica, que se traduce en los niveles de vida de la población.

La calidad de los alimentos consumidos y su precio en el mercado sirven como relación a la hora de medir el bienestar común de una población, sobre todo cuando se contrasta con el ingreso promedio por habitante. En Panamá se produce poco alimento, por lo que sus precios resultan caros y de baja calidad, por lo cual la importación de comida no es solo una opción, sino una necesidad. En este caso, un grupo de alimentos básicos que consumen los panameños y que forman parte de su dieta diaria, cuestan más dinero que lo que gana un trabajador de salario mínimo.

Este nivel de presión, que se acentúa con el crecimiento parcial de la economía nacional, está destinado a convulsionar socialmente el país. La agresión que reciben a diario los panameños resulta ofensiva e inhumana, contrastando principios de solidaridad y de paz. El contrato social establecido mediante etapas en Panamá durante su época republicana está a punto de estallar frente a la mirada de todos. La impotencia de la racionalidad y de la conciencia cívica ve cómo la dádiva y la coima se apoderan de la intención del ciudadano.

La manipulación, aplicada en forma de anestesia social, termina por fundir a nuestra sociedad. Los niños y jóvenes son los más vulnerables a esta ruin y despiadada agresión que golpea la conciencia cívica y moral de los panameños, a quienes hoy se les pide, a punta de garrote, que den las gracias, que por lo menos algo de la riqueza nacional les llega en forma de jamón, zinc, bolsas de comida y limosna. La pésima educación que se les brinda a los jóvenes panameños de forma maliciosa es la peor muestra de la mala fe y de codicia que develan los gobernantes hacia el pueblo que los eligió.

* PERIODISTA

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