- martes 07 de enero de 2025 - 12:00 AM
Rolando Pérez Palomino y su amor por la vida
Rolando Pérez Palomino, un joven panameño de 28 años, se inmoló frente a la embajada norteamericana en Panamá, el 10 de enero de 1984, afirmando en su testamento político que “esta acción representa mi más profundo respeto y amor por lo más importante que poseemos: la vida”.
Pareciera un contrasentido, pues alguien que se prende fuego y se quita la vida diga que lo hace por “su amor por la vida”.
Otro panameño, Leopoldo Aragón, hizo acto similar frente a la embajada de EU en Estocolmo, Suecia, el 1º de septiembre de 1977, en protesta -desde una posición patriótica- por la firma de los tratados Torrijos-Carter (recordemos las enmiendas unilaterales estadounidenses al Pacto de Neutralidad, de carácter intervencionalista).
Pérez Palomino nació en un hogar humilde. Fue lustrador de zapatos en su niñez y se enroló en el Frente Sandinista de Liberación Nacional, concretamente en la brigada internacionalista Victoriano Lorenzo, en 1978, hasta el derrocamiento de la dictadura de Anastacio Somoza en Nicaragua, en julio de 1979. Fue víctima de asedio y tortura por parte del G-2 (agencia de inteligencia militar de las extintas Fuerzas de Defensa) a su retorno del país centroamericano.
En su testamento político manifestó que su sacrificio personal era un acto de rechazo de “la asesina dictadura militar” y de “empresarios expoliadores que entregan la nación al imperialismo yanqui”, negándole al país “los seculares y vehementes deseos de verdadera libertad y justicia social”. Fue declarado Mártir por la Asamblea Nacional.
Hoy, cuando retornan las amenazas imperiales, los heroicos gestos de Aragón y Pérez Palomino son dignos de respeto y reafirman el ideal de lucha del pueblo panameño en pro de su derecho de autodeterminación y soberanía nacional. Y no deben dar pie a que se justifiquen cláusulas intervencionistas del Pacto de Neutralidad de los tratados Torrijos-Carter, que a luz del derecho internacional, son nulas de toda nulidad.
Jorge Turner, mi padre, señaló con respecto a Aragón y Pérez Palomino, que ambos “se sacrificaron para pedir la independencia completa y sus gestos son el anticipo y la semilla que fructificará en futuros combatientes acerados y no blandengues, dispuestos a batallar intransigentemente y a morir por sus ideales”. (“30 Latinoamericanos en el recuerdo”, La Jornada Ediciones, México D. F., 1998).
Murieron por la Patria y, en un sentido martiano, morir por la Patria es vivir.
Abogada y catedrática universitaria