- viernes 22 de noviembre de 2024 - 12:00 AM
Mientras el planeta arde en tensión, en Panamá se vive un mundo paralelo. Rusia amenaza con pirotecnia pesada, mientras un viejito gringo olvidadizo de 82 años toma decisiones complejas a días de su salida de la Casa Blanca. Acá no nos interesa nada de lo que pasa en Ucrania, ni mucho menos la salud mental de los que gobiernan las potencias mundiales; tampoco nos preocupa el conflicto de Oriente Medio ni los planes de China con respecto a su influencia en el mundo.
Venezuela aguanta callada y sola, al igual que lo ha hecho Cuba y Nicaragua por décadas. Ha sido mejor mirar al costado y no meterse en los temas de vecinos; sin embargo, no fue hasta que el Tapón del Darién se convirtió en el paso principal de la ruta ilegal de los migrantes a Norteamérica, que esto comenzó a incomodarnos, ya que no solo genera problemas económicos a Panamá, sino que crea conflictos sociales, además de atentar contra la salud y la seguridad pública.
De hecho, el propio presidente panameño ha dicho en más de una ocasión que la frontera de los Estados Unidos no está en Texas, sino en Darién, como una forma de poner en perspectiva un problema que no podemos resolver sin la ayuda y atención de la primera potencia del mundo. Es lógico pensar que se terminó la época en que podíamos mirar al costado y hacernos de la vista gorda.
Si Rusia y el nuevo gobierno gringo no logran ponerse de acuerdo; al tiempo que Europa pone su casa en orden, es muy probable que nos encontremos en el umbral más tenebroso del siglo XXI.
Panamá ocupará dentro de poco una silla dentro del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, por lo que deberá llevar su agenda bien diseñada y planificada, no solo para tratar de resolver sus pendientes, sino también con la tarea de asumir su rol histórico de país mediador en conflictos en procesos de paz.