Luego de la corta temporada de verano en Panamá, la llegada de los primeros aguaceros marca un momento de renovación esencial para nuestro planeta. Cuando niño, siempre me fascinó observar cómo desde las nubes con truenos y rayos brotaba ese líquido vital, dejándome maravillado por el misterio de su origen. A través de mi curiosidad infantil, comencé a indagar de dónde venía el agua que tanto necesitamos para vivir.
Con el tiempo, aprendí que, según los científicos, el agua de nuestro planeta tiene un origen cósmico: llegó desde el inmenso universo, transportada por meteoritos que impactaron la Tierra durante millones de años. Estos eventos cósmicos fueron fundamentales para la formación de los grandes océanos y, eventualmente, para el surgimiento de la vida en nuestro mágico planeta azul.
Cada vez que contemplo la lluvia cayendo después de un período seco, no puedo evitar sentirme maravillado por la grandeza y el prodigio de la vida. Estos momentos refuerzan mi convicción en la existencia de un poder superior, un arquitecto del universo que nos regala cada día un nuevo amanecer y el sol que nos calienta.
Así, los primeros aguaceros no solo representan el ciclo continuo de la naturaleza, sino que también simbolizan la interconexión entre el cosmos y la renovación de la vida. Es un recordatorio de que somos parte de un universo mucho más grande y maravilloso, y que la vida, en todas sus formas, es un milagro que debemos apreciar y proteger.
