• miércoles 14 de mayo de 2025 - 12:00 AM

Perder clases es perder pensamiento crítico

Por: Nuely C. De la Cruz Luck

“Dame contexto”. La frase, tan común entre los jóvenes cuando buscan entender una historia o ponerse al día, encierra más de lo que parece. También aplica a su propio proceso educativo. Sin contexto —es decir, sin un marco de referencia sólido y continuo— los estudiantes quedan desprovistos de las herramientas necesarias para analizar críticamente el mundo, cuestionar lo que se les presenta como verdad y construir soluciones. Pierden no solo clases, sino la capacidad de pensar con profundidad.

Panamá ya arrastra una deuda educativa significativa. Fuimos uno de los países de América Latina que más tiempo mantuvo sus escuelas cerradas durante la pandemia. Y si bien esa crisis fue global, sus efectos aquí se agravaron con interrupciones adicionales en 2023. El Banco Mundial advierte que por cada día sin clases, se pierden tres días de aprendizaje. Esto no es una exageración: es una alerta roja.

Cuando los estudiantes regresan a las aulas tras semanas sin clases, el tiempo no se recupera. En respuesta, muchas escuelas se ven forzadas a recortar el currículo, eliminar prácticas clave en asignaturas complejas como Matemáticas y presentar versiones “condensadas” del conocimiento. Es como intentar construir una casa sin cimientos: los estudiantes terminan con vacíos que se acumulan año tras año, afectando su capacidad de análisis, su rendimiento y su futuro.

Y ese futuro está en juego. Según estimaciones del Banco Mundial y UNICEF, cuatro de cada cinco estudiantes de sexto grado en nuestra región no comprenden lo que leen. Peor aún, estas pérdidas de aprendizaje podrían traducirse en una reducción del 12% en sus ingresos futuros. En otras palabras: lo que hoy se presenta como un problema educativo, mañana será un problema económico y social de enormes proporciones.

Frente a esta realidad, algunos proponen la virtualidad como alternativa. Pero seamos realistas: en 2020 quedó en evidencia que Panamá no estaba preparado. Las desigualdades en conectividad y acceso a dispositivos son tan profundas que recurrir exclusivamente a la educación en línea terminaría excluyendo a los más vulnerables. Además, los estudiantes más jóvenes requieren algo más que contenidos: necesitan interacción social para desarrollar habilidades emocionales esenciales.

Existen reclamos legítimos que merecen atención y respuesta. Pero el camino no puede seguir siendo el mismo: paralizar las clases como mecanismo de presión solo ahonda la desigualdad y pone en peligro el progreso colectivo.