Las cosas están tan enredadas en el mundo que hace falta mucho discernimiento para descifrar lo que está pasando. Sin salir de Panamá, vamos por más de 50 días de paros, huelgas, paralización de clases, y todo lo que tercie, incluyendo el cierre de la multinacional bananera, con el consecuente aumento del desempleo.
Pero si en Panamá llueve, en el resto del mundo no escampa. España estuvo a un tris de cambiar el gobierno con el destape de corrupción de un allegado del presidente. Las mediaciones del presidente turco Erdogan no han dado los resultados para detener el conflicto ruso-ucraniano, las arremetidas en la franja de Gaza se han intensificado a un grado alarmante, especialmente entre Irán e Israel, con la consecuente muerte de los más altos cargos militares en el país islámico. Y la cosa sigue. Lo que comento es solo la punta del iceberg, pues otros países siguen inmersos en conflictos intestinos.
En lo local, no dejamos de sobresaltarnos con las amenazas directas del imperio estadounidense, que día sí y día no amenazan con retomar el control del canal y, encima, ahora nos vienen con el reemplazo de las antenas de Huawei, empresa china, por unas gringas. Para colmo, el nuevo embajador, que se cree un representante de corregimiento, no deja de repetir el pregón de la “influencia maligna” de China en el Canal de Panamá.
El mundo se acerca, cada vez más, a un conflicto de mayor envergadura, y lo que vemos ahora como resplandor es el incendio mundial que puede desatarse, si no se hacen los correctivos necesarios. Y esos correctivos no dependen de nosotros, sino de las grandes potencias, especialmente de la que hoy está dirigida por una persona que, sin ninguna duda, no está bien de la cabeza. Solamente analicemos su reciente “divorcio” de quien fuera uno de sus más cercanos asesores.
Por mi parte, para blindarme de la zozobra diaria en la que vivimos, me estoy volviendo a leer el magistral libro “El mundo de ayer”, del famoso escritor e intelectual austriaco Stefan Zweig, que vio cómo, a inicios del siglo XX, Europa resplandecía para caer en dos conflictos mundiales que devastaron al mundo y lo dividió irremediablemente.