Una de las tácticas de política muy conocida es exaltar el nacionalismo. En Panamá José Agustín Arango, oficializó los carnavales en 1910 para promover la identidad como panameños en nuestra recién estrenada República o como hizo Omar Torrijos y antes que él, Arnulfo, para que el pueblo se identificara con una causa o con un partido político.
El nacionalismo no es malo. En la época de Torrijos se promovió la cultura nacionalista buscando que el pueblo, nosotros, nos identificáramos como patriotas, el fin era que nos orgulleciera ser panameños y se logró promoviendo a escritores, compositores y artistas en general quienes crearon temas y escribieron sobre nuestros sufrimientos y anhelos. Se crearon y apoyaron conjuntos típicos en todos los ministerios e instituciones gubernamentales que eran nuestros representantes en cada congreso, feria o viaje oficial que se hacía al exterior.
Hoy todo eso se ha olvidado: pocos conjuntos folclóricos oficiales subsisten, se han eliminado materias importantes en las escuelas, ya no se hacen los juegos florales ni las olimpiadas estudiantiles, en pocas escuelas leen a Beleño o a Tristán Solarte y menos a Gaspar Octavio Hernandez. La poesía de Demetrio Herrera Sevillano ya nadie la declama, es más, muchas escuelas bilingües no dan clases de español, menos historia o geografía de Panamá, la excusa es que son “internacionales”.
Todos esto ha mermado entre adultos menores de 40 los sentimientos nacionalistas que hicieron grande a Panamá: ¡Ese trapo no me representa! He oído decir de la bandera.
A la hora de un conflicto pocos saldremos a la calle a defender nuestra Patria, seguramente la mayoría se quedará en casa viendo televisión o bebiendo cerveza al ritmo del reguetón.