El 20 de diciembre de 1989, nos agarró a todos los de la oposición civilista y al gobierno de Noriega y del PRD de sorpresa. Noriega escondido, el Estado Mayor en sus casas, la oficialidad desorientada, los batalloneros unos y no muchos, tratando de dar la cara frente a los soldados norteamericanos que en arreos de combate se tomaron la ciudad de Panamá y los principales cuarteles de provincias.
Ese día 20, el amigo Miguel Vanegas, me llamó para decirme que un carro con altavoces llamaba a la población a apoyar al Gobierno de Guillermo Endara y el que hablaba sin dudas, era un soldado puertorriqueño. ¿Qué hacer? Las televisoras, las emisoras y los periódicos cerrados. Me sugirió tomarnos una televisora. Le manifesté que era más fácil una emisora.
Llamé a mis amigos Chito Montenegro, a Juan Barrera Salamanca y a Leeroy Hubbar Joseph y nos reunimos en la casa de Chito. Les hice el comentario de Vanegas y le propuse a Juan Barrera Salamanca, conversar con Ramoncito Pereira, ellos eran hermanos masones, para convencerlo que nos entregara Radio Mía y apoyar al nuevo Gobierno instalado. Juan Barrera Salamanca me pidió que lo acompañara a la casa de Ramoncito. Convenimos que asumíamos el control de Radio Mía.
Sin permiso del nuevo Gobierno que se instalaba, iniciamos una transmisión de 24 horas. Se sumaron como locutores Jorge Flores y Miguel Vanegas, luego llegaron otros opositores. Los ciudadanos por teléfono denunciaban a los policías y a los batalloneros que armados se escondían y a los que sembraban el caos. Llamamos igualmente al pueblo que se dedicó a saquear empresas y comercios que dejaran de saquear y organizar la resistencia ante las incursiones de los batalloneros en calles y barriadas. Le pedimos a los violentos que dejaran las armas. La consigna de nuestra campaña radial fue: levantar barricadas civilistas. Le pedimos a los ciudadanos defender sus calles, sus barriadas, sus casas y evitar derramamiento de sangre. La confusión y la anarquía reinaba entre los panameños en esos días.
Días después del 6 de enero de 1990, luego que Noriega se entregara al Ejército Norteamericano, dejamos de transmitir, entregamos la emisora a su propietario y nos fuimos a nuestras casas, convencidos que habíamos librado una batalla civilista que salvó muchas vidas y evitó el derramamiento de sangre de muchos inocentes.