En fechas recientes, hemos visto la partida de grandes personalidades. Todos días fallecen personas, no obstante, a veces nos da la sensación de que las célebres y conocidas se van en comparsa.
Son una prueba de esta afirmación las desapariciones de Vargas Llosa, célebre escritor peruano, del papa Francisco y de Rafael Pernett, autor panameño ganador del Premio Miró en tres ocasiones a quien tuve la dicha de conocer a través de la lectura de su novela Loma ardiente y vestida de sol.
Cuando nos enteramos de sus decesos e investigamos su vida y obra, obtenemos un material de conocimiento con un aumento en la valoración, porque no habrá más contenido nuevo, lo que aumenta nuestro aprecio y admiración por esas personalidades.
Otros quedan atrapados en la falsa creencia de que las personas son eternas y siempre estarán allí. El papa continuará celebrando misa todos los años en las fechas importantes de la Iglesia y nos enteraremos de una nueva novela de Vargas Llosa o de Pernett. La realidad es diferente, su legado estará en nosotros de otra manera, a través del recuerdo que nos traiga una nueva vista de sus palabras, la lectura de sus libros y su mensaje.
Así los recordaremos y quedarán con nosotros y con aquellos que nos sobrevivan al estudiar sus libros, quedarán conmovidos por la potencia de sus obras y de su discurso. Cuando un mensaje se hace eterno o clásico, es porque encuentra vigencia atemporal y puede transformarse, viajar a distintos lugares y épocas.
De esa forma, estarán por siempre con nosotros, los humildes mortales, mediante el contacto con ellos, mediante una nueva mirada a sus libros o sus palabras con calidad transformadora.