Se dice que para vivir bien se tiene que pagar un precio. El sacrificio como tal, es parte del bienestar, por lo que tratar de tomar atajos que hagan el camino más fácil, no es más que prolongar aspectos ficticios. La vida es lo que es y será así.
La estratégica posición geográfica de Panamá siempre ha sido codiciada por las grandes potencias del mundo en todas las épocas; así que el control de sus rutas y el usufructo de las mismas, son parte de lo que ha enriquecido, en gran medida, a dichas potencias.
Estados Unidos y China se han quitado los guantes blancos y han mostrado abiertamente sus intenciones con respecto al Canal de Panamá y sus puertos. Los panameños hemos sido ingenuos al hablar de nacionalismo y de aspectos de racionales, en momentos que el resto del mundo muestra lo peor de su naturaleza humana.
El ataque sistemático y coordinado de Estados Unidos contra México, Canadá y Groenlandia (Dinamarca), va de la mano con la inescrupulosa propuesta de Donald Trump, hecha al presidente ucraniano, Volodímir Zelenski, en el sentido de un acuerdo de paz con Rusia donde el país invadido tendría que renunciar a gran parte de su territorio ocupado militarmente por las tropas invasoras, al tiempo que Trump, a cambio, le forzaba a aceptar a Ucrania un saqueo de sus recursos minerales.
La pretensión de Trump con respecto al Canal, no es muy distante a lo que le hace al resto del mundo, en cuanto a la irracionalidad. De hecho, el mundo ha sido tomado por una pandilla de mercenarios con practicas gansteriles, alejados del deber ser.
Panamá no puede mantener un discurso pendejo y sonso, que apela a principios nacionalistas, en medio de una vorágine de inconsistencias geopolíticas que mantienen al planeta al borde de una guerra mundial. Es hora de que Panamá sepa a qué juega y de qué lado del mundo quiere estar en caso que venga la tercera.