La sociedad panameña sigue indefensa ante la impunidad. Poco o nada han hecho las autoridades competentes para ponerle un verdadero alto,como los ciudadanos pedimos a gritos.
Ese estado de indefensión solo trae decepción y frustración de la población, que no ve visos de solución.
Y, la verdad sea dicha nuevamente: el sistema imperante no está hecho para prevenir, impedir o castigar la corrupción y, menos aún, la impunidad. Muy por el contrario!
No se ha actuado con la firmeza y la decisión que corresponde, de parte de ninguno de los que le corresponde: ni las autoridades correspondientes, sean las que sean. Menos aún la sociedad civil y sus diversas asociaciones, que se han quedado como espectadores pasivos ante el tsunami de corrupción.
Todos los que, desde la empresa criminal, asaltaron durante estos últimos lustros el erario, siguen impunes, campantes y arrogantes.
El desempleo, el hambre y la miseria que golpea a centenares de miles de hombres, mujeres, niños y ancianos, se originan en las graves desigualdades que se generan por la corrupción e impunidad.
Llegó la hora de tomar conciencia de la necesidad de un cambio real y efectivo de actitud, ante estos dos flagelo. Pero, también urge cambiar las estructuras de la Constitución impuesta y que sirve de refugio protector a los corruptos y a su corrupción rampante.
De no actuar cívica y mancomunadamente, seremos arrastrados a situaciones que no estamos preparados a confrontar.
La participación y acción ciudadana se requieren, hoy más que nunca para salvar a Panamá. La denuncia cotidiana debe multiplicarse, así como el repudio a los corruptos y a sus padrinos.
Panamá no se este estado del Estado, en el que la dignidad de la persona es ignorada, también impunemente.
Las partidas circuitales, los auxilios económicos, las jubilaciones especiales, los negociados en pandemia, las prebendas, las coimas, el nepotismo, los subsidios partidistas, las adendas, la falta de transparencia, la no rendición de cuentas, etc, etc, son solo la puntita del inmenso témpano de la monstruosa corrupción, ¡Made in Panama!