La foto apareció en la edición dominical de La Estrella de Panamá con titular a 36 puntos en negritas y subtítulos “La parasicología es una ciencia”, asegura Díaz Barbosa.
No oyó el clic de la cámara Nikon F2. No hubo testigos, sólo el reportero gráfico y Erlita, la asistente del parasicólogo.
Fuimos un cooperante en el proceso hipnótico, así que aparecimos con el cuerpo entumecido y con los ojos cerrados, en tanto que el parasicólogo, posando con ligereza su mano derecha sobre el abdomen del reportero.
Y aunque en la fotografía no salió, quizás por razones estéticas o capricho del editor, sobre nuestra barriga se había sentado Erlita, la asistente del parasicólogo. Era rilona, de unos 1.60 de estatura pero compacta de cuerpo y abierta a la comunicación., pero encajaba en un Díaz mesurado y previsor.
La gráfica quedó en el álbum familiar cubierta por un plástico con puntas desdobladas y cortante. Cada año, a días de finalizarlo, la veía. Vestía un pantalón negro y camisa clara de rayas de azul tenue. Los pies, custodiados por zapatos crema chocolate, era el sostén del cuerpo para la hipnosis, igual su espalda próxima al cuello.
A nuestra manera de interpretar los hechos periodísticos, esta experiencia nos daba un particular valor en experiencias, pues nos permitió percibir ,en ejercicio de conocimiento, este escenario no habitual en los temas periodísticos de la prensa panameña de la convulsa década de 1980.
Díaz Barbosa se despidió prometiendo una charla sobre el tema, tanto a redactores como tipógrafos. Les hablaría sobre los alcances de la parasicología y los grandes parasicólogos, sobre Ury Geller, el exorcismo y los aparecidos.
La propuesta fue acogida con beneplácito por Granizo, aficionado a la tipografía y a los hechos insólitos, quien asumió la tarea de mercadear la conferencia con un ánimo desbocado.
Seis horas mas tarde, a las dos de la madrugada, Pabín, el celador, quien se ocupaba del cierre de las oficinas, oyó un ruido de tacones sobre el entablado de la Redacción.
Ya el personal había terminado su jornada. Con linterna en mano, subió con un miedo a lo desconocido. No vio nada extraño. Solo lo de siempre. Cuartillas de noticias sobre el piso , tazas de café y la brisa playera que se colaba por las fisuras de los ventanales. Un abanico de techo giraba con lentitud y lo apagó.