- viernes 07 de abril de 2023 - 12:00 AM
Jaque
La dimensión estratégica del ajedrez resulta tan vasta, como la vida misma. Sus similitudes en el diario vivir hacen que cada acción realizada por un individuo tenga una consecuencia, positiva o negativa, en función a sus movimientos. Cada ficha representa el modo de vivir de cada persona.
El ajedrez es un juego individual que enfrenta a las fichas blancas contra las negras, cuyo tablero cuadriculado de 8X8 consta de 64 casillas. En cada color existe un rey, una reina, dos alfiles, dos caballos, dos torres y ocho peones. Cada ficha tiene su propia regla de movimiento dentro del cuadrante.
El principio de la democracia es que todos los seres humanos somos iguales, una hipocresía, que ni en el ajedrez ni en la vida se aplica. Los reyes son reyes y gozan de gran comodidad, en cambio los peones se sacrifican y cuenta con mucha restricción de movimiento.
Después vienen los caballos y las torres que gozan con algo más de dinamismo entre sus opciones; y luego queda el alfil, con mucha versatilidad dentro del cuadrante.
El problema de ser peón es que eres la primera línea de combate, con limitada capacidad de movimiento y eres sacrificable en la mayoría de las jugadas. Como el rey es el único que no debe estar en riesgo porque se acaba el juego, cualquier ficha puede ser sacrificada para salvarle el pellejo al monarca.
Dentro de la rigidez de movimiento de cada ficha en el tablero de ajedrez, el alfil resulta muy incómodo para los oponentes en las instancias finales de la partida. Cuando hay menos fichas en el tablero, es cuando el alfil posee mejor desplazamiento y adquiere mayor valor.
En la analogía de una partida de ajedrez, resulta mejor el alfil que un peón, ya que este último siempre estará en riesgo y su desplazamiento será limitado. Pero si algo tiene esta vida, es que todos estamos en riesgo, incluso el rey.
PERIODISTA