Las noticias de las muertes de amigos no dejan de afectar, quizá por la lejanía en que estoy, y por desconocer las circunstancias en que se dieron. El mes pasado dos talentosos y apreciados amigos fallecieron, el arquitecto Sebastián Paniza, con quien hablaba casi semanalmente y siempre tenía una voz de aliento para el trabajo que estoy haciendo, y el pintor Tabo Toral, que en su momento traté de cerca y del cual conservo unas seis obras. Pero no estaba lista para conocer que mi amigo, el escritor Andrés Villa, también iba a marcharse al otro barrio.
Andrés Villa era un escritor peculiar porque, sin pretender tener academia ni estudios literarios, se adentra en la historia de Panamá y fue capaz de publicar nueve libros, a partir del año 2007, siempre rescatando hechos históricos o personajes desconocidos del devenir panameño.
Se hubiera ganado el mote despectivo de “escribidor” si nuestros escritores fueran tan arrogantes como lo es el peruano que lo acuñó. Durante muchos años laboró en el departamento de Relaciones Públicas del Instituto Panameño de Turismo, hoy, Autoridad de Turismo de Panamá y allí conoció a Rubén Blades, quien le dedicó un sentido texto de despedida. Fue relacionista público y periodista de entidades dedicadas al deporte. En 2003 tomó el diplomado de creación literaria de la Universidad Tecnológica y aprendió así lo básico para la estructura de historias.
Su primer libro fue “La Nueve”, que publicó en 2007, y de allí le siguieron los cuentos “Perdedores”, las novelas “Correoso, Arrabal Ardiente” en 2012, “Runnels, el verdugo del Yanqui Strip” (que tuve el honor de presentar en 2012), “9 de enero, la novela” (2013), “Crónica 100 años del Canal de Panamá” (2013), “Relatos”, en ocasión del Bicentenario de nuestra independencia de España (2022) y el último, que tengo en mis manos, “Tarot de Sangre”, que dedica, entre otros a Rubén Blades.
Era un tipo fuera de serie, porque no pretendía hacerse el intelectual, sino que era un auténtico reseñador de pequeñas historias, que están dentro de otras más grandes. Contaba con muchos amigos, de todas las clases, algunos le patrocinaban sus libros, otros le ayudábamos comprándoselos para regalarlos y que su voz no se extinguiera por la falta de un sello editorial que lo mercadeara.
Andrés era un tipo honesto, que andaba a pie o en taxi y que en todo momento era respetuoso, y curioso por las interioridades de la historia. Su muerte nos ha dejado muy tristes, siempre fue digno y respetuoso y sincero en lo que aspiraba con sus publicaciones.
Recientemente había empezado a escribir para La Estrella de Panamá artículos culturales que valían mucho. Qué descanses en paz querido Andrés.
EMBAJADORA DE PANAMÁ EN TÜRKIYE