Cada amanecer parece traer consigo una batalla contra la pesadilla recurrente que nos acecha en la oscuridad de la noche. En este laberinto de sueños fraccionados, me encuentro suspendido en el aire, observando un mundo distorsionado donde la realidad se desvanece entre sombras.
Desde lo alto de mis pensamientos, diviso un parque envuelto en una atmósfera de desasosiego. El verde de la naturaleza se transforma en un gris sombrío, mientras el aire se impregna de un olor a incertidumbre y desesperanza. Entre los árboles, cuyas ramas parecen esculpidas con las facciones de la tristeza, tres sirenas emergen, mitad mujeres y mitad peces, portando maletas rebosantes de escamas multicolores.
En este escenario surrealista, un político se acerca con una cabeza de diamante, símbolo de la dureza y la frialdad de su discurso. “¡Hola Pueblo Desamparado! Soy tu político de siempre”, declama con arrogancia. En sus palabras, percibo la resignación de que mi identidad se diluye en la cama y que la figura del político se erige como una fuerza inamovible.
Ante este espectáculo, me enfrento a la cruda realidad de una sociedad atrapada en el ciclo sin fin de la política. A lo largo de mis 61 años de vida, he sido testigo de ocho contiendas electorales, cada una presentando los mismos actores en un escenario que cambia sin cesar, pero que sigue siendo el mismo circo de ilusiones.
Los políticos, embriagados por el poder y la mentira, crean una ilusión de verdad que enceguece a la sociedad. Con la habilidad de maestros de la manipulación, nos convencen de aceptar la falsedad como moneda corriente, protegiéndonos así de la verdad más aterradora: nuestra propia realidad.
En este contexto, la responsabilidad social en la política se vuelve un imperativo moral. Debemos exigir que nuestros líderes trasciendan los intereses partidistas y personales, abrazando un compromiso genuino con el bienestar común.
El político de mi sueño, armado con sus herramientas de manipulación, intenta apuñalar mi mente con su propaganda. Sin embargo, el despertar de la pesadilla me recuerda que la decisión última recae en nuestras manos. Es hora de abrir los ojos y enfrentar la realidad con valentía, rechazando las mentiras y exigiendo un futuro basado en la verdad y la honestidad.