Leí con mucho interés el último artículo del Dr. Ebrahim Asvat, que fue director de este grupo editorial y al que ayudé a editar su primer libro. En su plena madurez, compartía cómo estaba intentando alejarse de las redes sociales para poder emitir juicios razonados sobre los eventos locales. No es fácil, a diario nos inundan con chats, trinos, tik tok y demás yerbas que, sean ciertas o no, nos distraen de la realidad tanto nacional como internacional.
Cada día es más común escuchar cómo muchas personas se informan de lo que pasa, simplemente porque siguen una cuenta de Instagram o reciben un video desarrollado como un podcast. El asunto es que los noticieros son una calamidad, faltos de contenido profundo, enfocados solo en la contaminación de los ríos de provincia o de las confrontaciones que se han estado dando a diario en nuestro país. Y no es que no sean importantes, pero es que las realidades van más allá de nuestras fronteras: el conflicto ruso-ucraniano, la cruenta realidad que se vive a diario en la franja de Gaza, y otros no menos importantes.
Esa dependencia de las redes “para estar enterados” ha mermado nuestro preciado hábito de la lectura. En lo que a mí respecta, creo que cada día leo más porque tengo una disciplina férrea de tener tiempo para ver las noticias nacionales, las internacionales, revisar X, Instagram y Facebook, leer lo que me reenvían, escribir mis textos y entregarme al delicioso placer de leer.
Todo esto sin tomar en cuenta de cómo nos volvemos dependientes de la inteligencia artificial, que es un arma poderosa para optimizar muchas de las gestiones que llevamos a cabo a diario. Pero hay que tener cuidado, porque esa dependencia tiende a anular nuestra inteligencia, que es la que debe manejar nuestras vidas.
Por lo tanto, el asunto es no perder el control de nuestras vidas, saber manejar nuestras fuentes de información y saber conjugar todo el bombardeo al que nos vemos sometidos a diario.