- jueves 05 de diciembre de 2013 - 12:00 AM
Con ganzúa en mano
‘No soy un tránsfuga’, grita el diputado. Tiene cara de pocos amigos. ‘Tránsfuga’ equivale hoy en la política local al ‘comunista’ de la época de la Guerra Fría.
-No votes por un tránsfuga. Bótalo a él.
En el recinto Justo Arosemena, nadie se atreve a autodenominarse ‘tránsfuga’. Nadie es fugitivo, traidor, prófugo político. Hay muchos ángeles que un día se vieron obligados a dar un pie en falso por el amor a sus comunidades necesitadas. Ellos no han cometido ningún error. Fueron las circunstancias.
Ellos no traicionaron ni a sus colegas ni a los partidos que los condujeron al poder. No saben los pobrecillos por qué los bautizan con semejante mote.
Razones inconfesables e inaceptables, no importa. Pero, sobre todo, mírale esa carita de yo no fui, esa ceja levantada y esa mirada perdida en el mar de la indecisión sobre una decisión tomada. Se le desencaja la mandíbula y casi se le sale la baba. No parece tránsfuga, pero sí es un tránsfuga.
-¿Usted no se siente tránsfuga, diputado? Balbucea una respuesta, pero sus argumento más estilizado es corretearme por todo el recinto legislativo. Termino siendo yo el fugitivo.
Aún no sabemos si la reciente ley antitránsfuga —que resucita la revocatoria del mandato y empodera los partidos— obtendrá la sanción presidencial. Los diputados podrán jugar al transfuguismo hasta pasadas las elecciones de 2014. Ven para acá, ve para allá.
Y con la jerarquía de tránsfugas, identificar el mejor vagón para engañar a los ingenuos electores, que, en el 90 por ciento, juran a pies juntillas, que no pretenden respaldarlos.
Siempre habrá tránsfugas, hasta el final de los tiempos. Uno tiene curiosidad por saber cuántos de ellos, casi en el número mágico de Ali Babá, sobrevivirán frente al juicio de 2014.
Quien vota tránsfuga, avala uno de los comportamientos más deleznables de la vida en sociedad en las últimas épocas. El tránsfuga muerde la convivencia social, y le arranca el vestido a las mejores normas democráticas.
Que no sean las conductas antisociales las que imperen, y terminan imponiéndose, en perjuicio del necesario desarrollo de las mayorías.
Carga en su maletín la ganzúa para asaltar la casa democrática. No comete el fraude en la entrada, ni emplea la cédula de la abuelita difunta, sino que lo lleva a cabo a la salida. Es el fraude postelectoral.
Que todos los votos de la tierra lo rechacen y lo hundan en su estercolero, por su traición a la Patria.
PERIODISTA Y FILÓLOGO