- jueves 13 de octubre de 2016 - 12:00 AM
La fiesta de la muerte
Juran que ofrecen un servicio a la humanidad estos hombres de rapiña. Los romanos los tenían fichados: había rapina, y, en el camino al español, se fortaleció la fonética: la rapiña contemporánea. Sustantivo femenino. Robo, expoliación, saqueo, pillaje, depredacción. Hurtar, arrebatar. Si hubiese un ‘reality show', se ganarían el Premio Mundial a la Rapiña.
En un descuido, que asemeja la eternidad, emerge la rapiña. Cual enjambre destructor, convierte el hábitat en tierra arrasada. Se toma el campo y la ciudad. Arrebatar y hurtar: esa es la ley. No mencionen a los bebés desnutridos, ni las escuelas rancho, ni el mendrugo que genera la enfermedad, ni el piso de tierra ni la tala de la vida. La codicia es de primero.
Un perro cruza un río sobre el tronco de un árbol. Lleva preso en su hocico un abundante trozo de carne. Contento por la hazaña, mira hacia el cauce y se ve reflejado en el agua.
La envidia lo mata: cree que su propio reflejo es otro perro que flota y que el pedazo de carne que lleva es más grande y jugoso que el de él. Se lanza ladrando contra el perro reflejado en el agua, que es él mismo, y pierde su manjar en la maniobra.
La fiesta de la muerte anima a los ‘hombres de rapiña'. Su actuar profundiza la vulnerabilidad de pueblos enteros, cuyos espacios y bienes son víctimas de la motosierra y de las grandes máquinas para amasar fortunas y destruir el hábitat; de su cuchara grande para arrasar con los bienes comunes. Como Caín, y despreciados hasta por malandrines que se han ganado de vivienda una prisión.
‘No quiero estar de parte de esos búfalos de dientes de plata', los describía Darío: ‘Son enemigos míos: son los aborrecedores de la sangre latina. Son los bárbaros'.
Periodista y filólogo