La crisis política que hoy tiene como escenario el Caribe, con Estados Unidos y Venezuela como protagonistas centrales, deja al descubierto viejas y nuevas lecciones sobre la forma en que se gestionan los conflictos de poder. Son disputas esencialmente políticas, pero que se presentan bajo distintos covers: narcotráfico, blanqueo de capitales, corrupción o terrorismo. No es un libreto nuevo. América Latina lo ha visto antes y Panamá lo sufrió de manera directa con la invasión de 1989, cuyo pretexto fue sacar a Manuel Noriega por vínculos con el narcotráfico. Treinta y seis años después, el perdón presidencial otorgado a Orlando Hernández por quienes encabezaron aquella invasión terminó de erosionar cualquier argumento moral.
Desde la llegada de Hugo Chávez al poder, tras años de abusos y exclusión social por parte de la derecha venezolana, se activó un interés sostenido —primero político y luego económico— por desmontar el chavismo y, más recientemente, el régimen de Nicolás Maduro. Se ensayaron múltiples estrategias: apoyo a liderazgos opositores, reconocimiento de un “gobierno interino” sin control real del territorio y, posteriormente, un régimen de sanciones económicas. Hoy el conflicto entra en una fase distinta, marcada por movimientos militares sin precedentes en la región y por bloqueos navales y aéreos, justificados bajo la lucha contra el narcotráfico y el lavado de dinero.
El escenario es inquietante. Se habla de destrucción de embarcaciones menores, muertes de tripulantes y abordajes de buques tanqueros petroleros, con incautación de su carga, incluso en casos donde no existían sanciones internacionales, como ocurrió con una nave de bandera panameña. Del lado venezolano, la respuesta se limita a comunicados y discursos que generan más zozobra que respaldo interno, sin traducirse en acciones concretas.
En paralelo, el Consejo de Seguridad de la ONU vuelve a mostrar su ineficacia. Las declaraciones del embajador estadounidense, Mike Waltz, al desconocer a Maduro y advertir que Washington usará “todo su poder” contra lo que denomina carteles, confirman que no hay voluntad de desescalamiento. Por el contrario, sectores internos y aliados de Estados Unidos alimentan la narrativa de que cualquier diálogo sería visto como una derrota de la doctrina de “hacer a Estados Unidos grande otra vez”. En esta encrucijada, el Caribe sigue siendo tablero de una confrontación que no da señales de agotarse.