• miércoles 05 de febrero de 2025 - 12:00 AM

“EE.UU. primero” y la doctrina del garrote

Por allá en los años 1900, Theodore Roosevelt, presidente de los Estados Unidos, hizo casi lapidaria la frase: “Habla suavemente y lleva un gran garrote; así llegarás lejos”. En 1901, en Minnesota, Roosevelt empleó masivamente esta expresión, que definió como la doctrina del “big stick”, marcando el rumbo de la política internacional del gobierno estadounidense hacia América Latina y una Europa que ni siquiera imaginaba que sería el epicentro de dos conflagraciones mundiales.

El Gran Garrote, bajo mandato de Roosevelt, se convirtió en doctrina de la política exterior de Estados Unidos, lo que en la práctica significaba que su gobierno podía presionar a los países de América, particularmente los ribereños del mar Caribe, con la amenaza de una intervención militar.

Esta doctrina, que ha sido objeto de estudio en universidades norteamericanas y latinoamericanas dentro del análisis de la política internacional de EE.UU., consistía en negociar y pactar con aliados y adversarios, tanto internos como externos, sin dejar de mostrarles una aparente voluntad de “comprensión y entendimiento”, mientras mantenía latente la “posibilidad” de una acción violenta como medio de presión. Así se vendió la doctrina cuyo lema original, “América para los americanos”, terminó reduciéndose a “América para los estadounidenses”, lo que marcó el inicio del fenómeno político conocido como el imperialismo norteamericano.

Bajo el amparo de la Doctrina Monroe y su expresión más tangible, la política del Gran Garrote, se legitimó en la política exterior estadounidense el uso de amenazas y la fuerza como método de defensa de sus intereses. Esto trajo consigo numerosas intervenciones políticas, militares y económicas en todo el continente. Esa misma lógica es la que ha dado pie a que el actual inquilino de la Casa Blanca haya basado su campaña en la consigna de “Hacer grande a Estados Unidos otra vez” (“Make America Great Again”), bajo su propia interpretación del concepto.

Al asumir la presidencia en enero pasado, Donald Trump anunció su plan de manejo de la política internacional del gobierno, al que lacónicamente llamó “EE.UU. primero”. Su principal exponente es el secretario de Estado, Marco Rubio, quien, tras una retórica de amenazas, acusaciones e inexactitudes que reflejan una preocupante falta de conocimiento sobre la realidad política, económica, histórica y social de los países latinoamericanos —incluido el propio Trump—, inició una gira por Centroamérica y Panamá. Su mensaje replica el de Roosevelt: “entendimiento y comprensión”, pero con el garrote en la otra mano y una advertencia implícita: “o te cuadras o te cuadras”.

En las últimas dos semanas, México, Colombia, Canadá, Venezuela, Cuba, Groenlandia, Panamá, China y hasta Rusia han sido objeto de esta nueva versión de la política del Gran Garrote, aunque presentada de una forma más digerible para la actual casta de presidentes. Todo esto sin despertar el sentimiento antiestadounidense que recorrió el mundo durante la guerra de Vietnam. Al igual que ocurrió con la Doctrina Monroe, los estadounidenses entienden que “EE.UU. primero” significa, en realidad, “Estados Unidos primero”. La ventaja es que su gobierno solo dura cuatro años, y la reelección, tanto del presidente como de su partido, no es una garantía absoluta.

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