Era un combate que no estaba en cartelera. Lo metieron a última hora y resultó brutal. Como ya sabemos, las calles panameñas se han convertido en un ring de boxeo a cualquier hora del día. Los gladiadores son hombres y mujeres enfrentándose a golpes con los uniformados detrás de los escudos metálicos.
Mientras se baten cuerpo a cuerpo, por encima vuelan objetos —muy bien identificados— que, al aterrizar en cualquier cabeza, pueden abrirla y sacar sangre. La pelea empezó hace semanas y no da señales de terminar. De ambos lados, hay y se demuestran buenas reservas de energía.
La bolsa de este combate es la misma: tumbar la ley que reformó la Caja. Ha pasado bastante tiempo desde el pitazo inicial y la pelea sigue firme. Suben y bajan peleadores. Incluso en los terrenos comarcales se sienten los combates, sobre el verde de la naturaleza, teñido por el humo que dejan los artefactos usados para dispersar a la multitud.
En Chiriquí noquearon a un dirigente. En medio de las protestas le apareció un expediente y lo sacaron de circulación. Doble gancho al hígado.
Como en la lucha libre, la sangre corre. Una sangre que, en ocasiones, nada tiene que ver con la lucha, como la de la niña golpeada fuertemente en la cabeza.
Y la luz al final del túnel aún no se ve. El pueblo quiere paz, quiere que el país retome el rumbo necesario para que el progreso acaricie sus lares, como lo cantamos en el Himno Nacional.