En estos primeros 25 años del siglo XXI, los paradigmas están transformándose aceleradamente. Hoy reconocemos a todas las mujeres: ancestrales, madres, hermanas, hijas y nietas que lucharon para que tengamos derecho a una voz y a un pensamiento.
Rescatar esas voces silenciadas es un acto de justicia. Muchas mujeres lideraron movimientos, defendieron sus derechos, influyeron en su tiempo y, sin embargo, fueron omitidas por la historia oficial.
Este mes de mayo destacamos el rol de la mujer negra en nuestra América, marcada por una violencia estructural. Durante la esclavitud, fueron despojadas de su identidad africana y convertidas en mercancía. Sus cuerpos fueron esclavizados, sometidos, hacinados en galpones con puertas abiertas para ser violadas sistemáticamente. Fueron forzadas a reproducir “mercancías humanas”: hijos e hijas que pasaban a ser propiedad de los dueños; así, su cuerpo no solo fue instrumento de trabajo, sino también reproductor de riqueza ajena.
Este sistema de subordinación intentó borrar su humanidad; pero desde el anonimato, muchas mujeres forjaron la historia a través de la resistencia cotidiana, desde: la maternidad, el trabajo y una valentía rebelde que nunca pudo ser sofocada; su legado persiste en: los palenques, los lavaderos públicos, las casas coloniales, los conventos, hospitales y en las calles de las ciudades, ellas estuvieron presentes.
Son escasos los registros de nombres de mujeres negras panameñas durante la época colonial y la República temprana; sin embargo, gracias a archivos coloniales, investigaciones históricas y la tradición oral, emergen nombres como Dominga, Felipa, Graciana, Antonia, Petrona y Baltazara; mujeres negras que lucharon por su libertad, vendieron productos en las calles, sanaron, sirvieron en conventos, fueron vendidas como mercancía y reclamaron tierras comunales siendo libres.
Sus nombres son linternas, sus vidas, un acto de resistencia.; su memoria, una deuda histórica que empezamos a saldar. Recordarlas es un acto y un deber ético. Nombrarlas es romper el silencio. Reconocerlas es reconstruir la historia desde sus raíces más profundas. Son historias vivas. “Ellas no fueron invisibles, la historia las negó, sus voces silenciadas, hoy se levantan como canto ancestral “Reconocerlas no es un homenaje, es una corrección del relato de nuestra nación”.