- martes 28 de febrero de 2012 - 12:00 AM
La construcción del Templo
En la Biblia se describen con mucho detalle las instrucciones para la construcción y el mantenimiento del Templo de Dios. Hoy, que no existe un templo físico, nos podemos preguntar si son útiles estas indicaciones. Creo que sí.
Algunas cosas interesantes son las siguientes. El mantenimiento tenía que darse por todos por igual: media moneda al año. No importaba si fuera rico o pobre, la suma era la misma. La construcción era diferente: cada quien debía tomar la porción de oro, plata o cobre que su corazón le indicara. Es interesante notar que el verbo que utiliza la sagrada escritura no es ‘dar’ si no ‘tomar’; cada quien debía ‘tomar’ la porción que su corazón le indicara para hacer la morada de Dios. El usar la palabra ‘tomar’ y no la palabra ‘dar’ deja claro que la riqueza no era propia, sino solo dada por el creador en ‘administración’ y que, para su obra, pedía de vuelta una parte. El que todos debían aportar exactamente la misma media moneda para su sostenimiento, indica que nadie tenía más derecho que otro a su uso, ni menos deberes que otro para su sostenimiento. Así mismo todas las medidas, menos las del altar, eran fraccionadas; todo medía tantos codos y medio. Al hacer todo fraccionado —media moneda, tantos codos y medio— se dejaba claro que todo necesitaba de otra parte igual para estar completa. Otro elemento interesante era que Dios prometía que si le construían su morada habitaría ‘entre ellos’; no dice que habitaría en el Templo, sino ‘entre’ el pueblo.
Hoy no hay un Templo físico, pero estas mismas instrucciones nos sirven para construir otros templos, el templo del hogar y el templo de la Nación. Quiero referirme a este último, que podemos identificar con el Estado. Para construirlo todos debemos tomar de lo que tenemos y dar según nuestra capacidad, pero para sostenerlo todos debemos aportar de manera igualitaria y nadie debe sentir que tienen más derecho o menos deberes que otro. Quien lo administra no debe sentirse su dueño, sino comprender que todo lo que se le da es ‘en administración’ a favor de quien se lo dio –el Pueblo- y que no se puede construir ni conservar el templo de la Nación con un pueblo dividido, si no que hay que unir a todas las partes para constituir el todo. También nos enseña que la construcción del Estado no es para meter al pueblo dentro de este, sino para que el Estado sirva al pueblo en donde él está.
No hay nada nuevo bajo el Sol.
EL AUTOR ES PRESIDENTE DEL PARTIDO POPULAR