Todo indica que será un mundo nuevo. Las circunstancias producto del COVID-19 hicieron de la vida humana una situación inédita que dejó al descubierto la falta de preparación y el estado de vulnerabilidad de nuestra especie con relación al entorno.
Panamá asumió con la reversión del Canal una posición de país moderno, apuntando al desarrollo de grandes edificaciones e infraestructuras, como la construcción de dos líneas de metro, siendo éstas, las primeras de su tipo en Centroamérica.
En los últimos 16 años triplicamos nuestra deuda pública como país y decidimos invertir en grandes obras que reflejaran nuestro modernismo y pujanza. No faltó quién enarbolara la bandera de que Panamá era el Dubái de las Américas, debido a que parte de la ciudad capital posee algunas similitudes de metrópolis.
Lo cierto, es que hoy las comparaciones resultan odiosas, pero cabe la posibilidad de que nos hayamos ido en la curva, al copiar modelos de desarrollos basados en el hierro y el cemento, dejando de realizar inversiones de desarrollo humano, para promover un modelo de desarrollo económico.
Con el COVID-19 nuestras grandes infraestructuras parecen poco útiles, ya que nuestras carreteras simulan la devastación de un desierto en medio de la ciudad, al tiempo que nuestros vagones del Metro funcionan al 30% de su capacidad, lo que no parece que vaya a cambiar en el futuro inmediato.
El nivel de contagio de COVID-19 y la cuarentena estricta que impuso el Gobierno Nacional, dejó en evidencia los desastrosos números del impacto de la pandemia en Panamá, al tiempo que calcó el deplorable estado de salud de la población y su desastroso sistema sanitario.
La falta de inversión social en salud y educación nos pasó factura. El modernismo y el desarrollo económico de algunas áreas nos restó posibilidades para enfrentar esta pandemia que azota al mundo. Copiar el modelo de educación y salud pública de nuestro vecino Costa Rica, nos haría un mejor país.
PERIODISTA
