Hablar es fácil. Podemos verbalizar nuestras ideas, pensamientos, ideales y propósitos, pero la realidad es que son nuestras acciones las que nos van a acercar o alejar del cumplimiento de nuestras metas.
Queremos tener una vida sana y ser personas prósperas, pero nuestros actos no parecen coherentes con nuestras aspiraciones.
Las personas somos muchas veces contradictorias en nuestro pensar y nuestro accionar. Nuestras acciones no siempre van encaminadas ni en concordancia con nuestros pensamientos, ideales y propósitos.
Vemos una persona diabética que come dulce y no cuida lo que ingiere, porque se consuela con el azúcar, que es veneno para su salud, y luego lamenta las complicaciones y enfermedades consecuentes.
Otras veces, queremos tener una vida próspera y no somos buenos administradores del dinero. No cuidamos nuestras inversiones. No planificamos. Nos vemos gastando más de lo que recibimos. Gastamos una fortuna en mecánicos y piezas cuando un vehículo se daña por falta de mantenimiento. Gastamos en médicos y exámenes cuando se puede vivir en prevención primaria.
No somos conscientes de que atentamos contra nosotros al actuar de esa manera. Nos podemos culpar a otros ni a la suerte sin asumir la responsabilidad de nuestras acciones. Es también cierto que muchas cosas que pasan son producto de injusticias que están fuera de nuestro control. Debemos diferenciar qué acciones y cuáles no nos hacen responsables de la vida que creamos.
¿Mis acciones me acercan o me alejan de mejores días para mi vida? ¿Recojo la basura, reciclo, limpio las playas, cuido mi alimentación? ¿Elijo o me dejo manipular? ¿Voy a ejercer un voto meditado? ¿Soy consciente de que mis acciones tienen una consecuencia en mi vida y en mi país?