Vamos para un mes desde que estalló la crisis en las calles, con los cierres y movilizaciones, y la paralización de labores docentes, amén de los cientos de comunicados, declaraciones, conferencias de prensa y los innumerables “análisis de los analistas de café” que pululan como luciérnagas en el invierno por las redes sociales. En cada crisis social y política que enfrentan los gobiernos, los bandos juran y perjuran tener la razón y utilizan toda clase de argumentos para tratar de imponer sus criterios, aun cuando sea recurriendo a mentiras, fake news, imágenes falsas, cifras equivocadas y alarmismo mediático.
¿Cuánto más se va a esperar para sentarse a salvar la patria? ¿Cuál es la mezquindad y la irresponsabilidad de no entender que, como panameños, debemos contribuir a que cese la violencia? Todos los días se escucha a empresarios, dirigentes gremiales económicos, ministros y funcionarios del gobierno hablar del “crimen contra los niños” por el paro de los docentes. Se escucha la alarma por “las millonarias pérdidas” debido a los cierres, de parte de gente que ni siquiera sabe lo que dice, sino lo que le dijeron que dijera. Salen a diario personajes (hombres y mujeres) que no se identifican ni dicen a nombre de quién hablan, y repiten como papagayos lo que les dictan quienes preparan esos guiones mediáticos. No es extraño observar a personas referirse a absurdas teorías, como aquella de la “revolución molecular mediática de la izquierda”, y que de ese fenómeno solo saben lo que ven en las redes y grupos de WhatsApp, o lo que dice el guion que les entregan.
De igual forma, en la otra esquina sobran los discursos de barricada, las posiciones radicales, los calificativos políticos al gobierno, las limitaciones para ampliar la base de apoyo a la lucha y la utilización del mismo método de protesta, el cual es abiertamente descifrable por el gobierno, de manera tal que el martes ya saben lo que se hará durante toda la semana. En fin, se transita por el mismo círculo vicioso, olvidando —tanto el gobierno como los movimientos sociales— que las circunstancias cambian, que el cansancio social puede ser un factor determinante de inclinación, que lo que ayer funcionó hoy no. Que no hay que ir a Harvard para entender que la única forma de resolver estas crisis es sentando a los actores reales sin sectarismo, sin predisposiciones, sin chantajes, sin condiciones previas y sin que el diálogo signifique derrota alguna por la arrogancia, la prepotencia o los radicalismos en la narrativa empleada.
En estas condiciones, hay que acabar con el terrorismo mediático, la desinformación, las mentiras y la siembra del miedo a la población, tanto en medios formales como en plataformas y redes sociales. Que los que tengan que callarse, se callen. Que los que tengan que hablar, que hablen y propongan el llamado al diálogo nacional. Ya la Iglesia lo planteó, la Asamblea Nacional también lo hizo. La Defensoría del Pueblo hizo lo propio, y la Universidad Nacional lo reafirmó con la monstruosa marcha de días pasados. Entonces, los tizoneros, pagados o gratuitos, que salgan del rancho.
Analista y consultor político