Louis Sola representa al gringo pirata que viene a Latinoamérica para hacer lo que la ley de su país no le permite, una especie de mercader de influencias que conoce muy bien la idiosincrasia del mestizaje. Por alguna razón relacionada a la estaxis que produjo en algunos la victoria de Donald Trump, el circulo colindante del mandatario norteamericano adquirió la sensación de que son dueños, amos y señores del planeta Tierra.
Como dirían los coloquiales: ‘limosnero con garrote’, ya que solicita primero una concesión del Estado panameño para la construcción de un proyecto de marina privada en las riveras del Canal de Panamá, pero luego de una borrachera de poder político en su país, regresa pateando la mesa donde antes pidió fiado.
El presidente José Raúl Mulino le respondió tajantemente a Sola, frente a la extorsión política del funcionario norteamericano, que al parecer no entiende o desconoce dentro de su cosmovisión lo que es un conflicto de interés, basado en la figura de ‘insiders’ para obtener ventaja por el cargo que hoy ocupa de forma transitoria en la administración Trump.
El Canal y sus riveras producen, tanto o más, que la misma operación en sí; no obstante, el Estado panameño ha sido incapaz de poder sacarle mayor rédito al efecto económico colateral que produce el paso de barcos y mercancías por la vía interoceánica. En otras palabras, el país se quedó corto en visión de desarrollo con respecto a todo lo que se desprende del recurso estratégico más importante que posee Panamá, por obra y gracia de su privilegiada posición geográfica.
La pregunta del millón es: qué ha visto Trump y Sola que los panameños no sabemos, qué hace tan importante para ellos asumir el riesgo de tanta desfachatez y bribonada, frente al principal activo de nuestro país. La pregunta no es qué hacen, sino qué saben del Canal que nosotros desconocemos.El Canal opera en territorio panameño, para desgracia de las potencias extranjeras y los corsarios que pretenden usurparlo.
Periodista
