Será triste el recuerdo al finalizar esta semana de como jóvenes que no se conocían de dos países se enfrentaron sin odiarse, en una invasión decembrina en Panamá donde los que los comandaban si se conocían y se odiaban. Es lo triste de toda guerra o confrontación, donde la mayoría de las veces son inocentes civiles los que ponen los muertos en clima de terror y donde militares obligados por sus gobiernos o por el deber de su patria, se inmolan por una pelea que no es suya muchas veces sino por intereses en otros lares.
Como médico, nunca podremos avalar ningún tipo de enfrentamientos ni acciones que provoquen muertos, heridos y lisiados. Pues Panamá ya vivió muchas experiencias amargas, por las que siempre debió ser ente neutral y promotor de diálogos de paz. Lamentablemente en este gobierno hemos quedado embarrados en cuanto lío internacional ajeno.
Tenemos una política exterior cantinflesca, donde se dice que Panamá son los mejores amigos de un bando por el Norte, pero los comerciantes que mandan tras bambalinas siguen en negocios turbios con bando de Asia. Juegan a tomar de tontos a las potencias, que hasta sus diputados alquilados viajan a islas de Asia a promover más conflictos. En el caso de los vecinos del Sur, tenemos vínculos históricos y de hermandad, que nos obligan a ayudar a que desaparezca toda amenaza de guerra, sin dejar de apoyar que también viva una democracia plena y libre. Seamos Dios instrumentos de tu paz.