Ligia Herrera

Un cuento que rescata el trabajo de la chiricana que quiso ser geógrafa
  • sábado 10 de febrero de 2024 - 12:00 AM

Especial para El Siglo

Hace años, muchos años, en Chiriquí vivía una niña llamada Ligia Herrera. Su cabeza estaba llena de preguntas, quería saber cómo de un tronquito germinaba una rosa o por qué el agua del mar era salada. Cada día tenía más y más preguntas.

Su padre trataba de responder a sus inquietudes, pero no siempre tenía la respuesta; en esos casos, le hacía un chiste para hacerla reír. La niña acompañaba a su padre en las caminatas que hacía por el pueblo, pero lo que más disfrutaba era la ida al río, actividad a la que iba toda la familia.

Marchaban desde temprano, llevaban una gallina ya preparada y una paila para hacer el sancocho. Cuando llegaban al río, los adultos recogían leña seca y tres piedras grandes para poner el fogón, mientras que los niños y las niñas se bañaban en el charco.

Cuando Ligia se convirtió en una adolescente la enviaron a la ciudad capital para continuar sus estudios de magisterio.

Trabajando de maestra en Puerto Armuelles conoció a su futuro esposo, un joven que había estudiado su bachillerato en el extranjero. Se casaron. Ligia supo que el mayor deseo de su esposo era estudiar medicina y ella se propuso ayudarlo a hacer su sueño realidad. Entonces comenzó a escribir cartas a diferentes embajadas para solicitar una beca para su esposo y la consiguió. Se fue la familia a Brasil; papá, mamá y el primer hijo de la pareja, llamado Nils. Allá el esposo estudió mucho y Ligia atendía el hogar y a Nils. Cuando el esposo logró graduarse de médico, la familia regresó a Panamá.

Ligia pensó que como su esposo ya había estudiado medicina, ahora era el turno de ella. Le dijo: “Quiero estudiar geografía”. Y su esposo le contestó que el lugar de la mujer era la casa y que si ella iba a la universidad se divorciaría. Y Ligia, que quería mucho, mucho, aprender la geografía de su país, prefirió estudiar.

En la Universidad de Panamá, aprendió con el gran profesor Ángel Rubio. Tuvo que estudiar por las noches, porque de día trabajaba de maestra, para mantenerse ella y a su segundo hijo, Guillermo. Nils se había ido a estudiar a México.

Más tarde le llegó la oportunidad a Ligia de continuar sus estudios en Chile y allá se fue con Guillermo. Mamá e hijo estaban en otro país y con poco dinero, y necesitaban dónde vivir, entonces, su amiga Carmen Miró, una panameña que dirigía un gran centro de investigaciones en Chile, les ofreció su casa.

Carmen era una demógrafa famosa, reconocida en Latinoamérica. Ligia tuvo que estudiar muchas horas al día, muchos días, para poder graduarse como doctora en geografía y lo hizo.

De vuelta a Panamá, comenzó a estudiar las diferentes regiones del país y logró escribir varios libros, por ejemplo, uno sobre la pobreza. Porque ella fue la primera persona en Panamá que encontró dónde crecía la pobreza y cómo afectaba a la gente. Por eso en su libro daba recomendaciones al gobierno sobre cómo eliminarla, para que las familias tuvieran mejores condiciones de vida. Su método para medir la pobreza era tan bueno que otras personas la imitaron.

Ligia decidió estudiar geografía teniendo más de cuarenta años. Ella nos demostró que no hay edad para estudiar y lograr nuestros sueños.

Dato curioso: mañana, 11 de febrero, es el Día Internacional de la Mujer y la Niña en la Ciencia

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