Amigos por vasitos [Cuento infantil]
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- sábado 22 de abril de 2023 - 12:00 AM
Me llamo Lucas, tengo 11 años y vivo en una familia de pescadores en una esquinita de Boca la Caja, caserío multicolor con un laberinto de callejones que desembocan en la playita que está en el patio de mi casa.
Desde mi cuarto escucho las olas cuando golpean la arena. La brisa marina mueve la cortina y entran ráfagas de aire que apaciguan el calor que produce el techo de zinc.
Cuando sofoca el calor me gusta asomarme a la ventana para sentir la brisa en el rostro y ver el mar hasta donde se une con el horizonte. También me gusta ver la ciudad moderna con sus grandes torres que cada vez están más cerca de mi caserío.
Hace poco culminó la construcción de una de estas enormes torres cerquita de mi casa, al otro lado de la calle que divide Boca La Caja con los edificios de San Francisco.
Mamá siempre dice que no debo pasar al otro lado de esa calle. Que son gente distinta, con costumbres diferentes y que podría ser peligroso andar por allá.
Mis vecinitos, primos y amigos tampoco cruzan al otro lado de la calle. Creo que sus mamás también les han advertido del peligro.
Desde acá yo veo que los de allá tienen parques con juegos extraños, pero que parecen muy divertidos. En las tardes los niños se columpian, se cuelgan de los brazos o se zurran.
Los de acá también salimos a jugar cuando el sol baja y comienzan a llegar los botes con pescado fresco.
Nosotros no tenemos juegos de metales extraños, pero sí tenemos la playita donde corremos, recogemos cangrejos, volamos cometas y hasta nos metemos al mar salado.
Una tarde cuando regresaba de jugar me paré a ver la torre nueva antes de entrar a mi casa. Mi vista se detuvo en el segundo piso, donde una niña miraba desde su ventana hacia Boca La Caja.
De pronto la niña comenzó a agitar fuerte su bracito. Miré a mi alrededor pero no había nadie más. ¿Me saluda a mí? Volví a ver hacia el segundo piso y ella seguía allí moviendo su brazo con dirección adonde yo estaba.
Desde la arena yo la saludé y ambos reímos. Así inició nuestra amistad secreta y a la distancia.
En las tardecitas ella se asomaba a la ventana de su apartamento, y yo ya estaba esperando para verla desde la esquina de mi casa, donde comienza la playita. Solo reíamos, nos saludábamos y nos mirábamos.
Pero una tarde ella lanzó una cuerda delgada y larga con un vaso de plástico amarrado al extremo. El vaso y la cuerda cayeron en la mitad de la calle. Dudé si debía buscarlo. Miré a ambos lados y ningún carro se asomaba en la vía solitaria, así que corrí y volví con el vaso.
La cuerda se tensó y quedé conectado desde abajo con mi amiga de arriba, cada uno con su vaso en los extremos. ¡Es increíble!.. al hablar por allí la voz viajaba por la cuerda y se escuchaba como si estuviéramos al lado.
Esa noche conversamos a la luz de la luna y nos reímos mucho. Ella se llama Vera. También tiene 11 años y me confesó que le gustaría algún día venir a jugar a la playita, pero sus padres no la dejan. Le han dicho que somos gente rara, con costumbres diferentes y que podría ser peligroso andar por acá.
Vera y yo hemos hecho un trato. Cuando seamos adultos construiremos varios pasos peatonales que conectarán los callejones de Boca La Caja con el barrio de San Francisco, para que la calle que nos divide ya no sea más peligrosa y que los niños de acá puedan ir libremente a usar los juegos divertidos de metales. Y los niños de allá puedan venir a jugar cuando quieran a la playita.
Ah... y que todos hablemos sin necesidad de vasitos con cuerda tensada.
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