Viejitos verdes. La historia se repite en espiral

Don Jacinto ya estaba sobre los 80 abriles y se creía un don Juan
  • miércoles 11 de diciembre de 2024 - 12:10 AM

Esta historia es real, ocurrió en un barrio de la capital panameña. El protagonista principal es don Jacinto, un señor de ochenta y pocos, jubilado con el salario mínimo, que los días de cobro, se daba unos piquetes que ni los pelaos solteros.

Resulta que don Jacinto quedó solo, luego de que la primera esposa lo dejara. Según los vecinos, no la trataba nada bien. Ella tenía que sudarla chambeando porque el man, en sus años mozos, no era tan responsable con los gastos de la casa.

La pareja llegó hasta dónde tenía que llegar. Un día ella se marchó con sus hijos y Jacinto, todavía no era don Jacinto, le dio por enamorar a las muchachas, sin juntarse de nuevo. Trabajaba y se gastaba la quincena en aquellos momentos.

Los años van pasando y cada vez pesan más. Don Jacinto, como ciertos personajes de su edad que se ven en el transporte público, para engañar el tiempo, se pintaba el pelo de negro él mismo y llevaba pantalones jeans y suéter polo.

Y la cartera, siempre andaba abultada, pero no era de billetes, eran monedas de un dólares de esas que funden los bolsillos. Cuando la sacaba en el asiento del bus, la mostraba para que los pasajeros y pasajeras que van de pie, mirándole hasta el cuero cabelludo a los que van sentados, miraban aquella bonanza.

Ese era el imán del don para las compañías. Porque eso no se puede llamar amor en ningún idioma del mundo. El don invitaba a las muchachas a la casa los días de cobro y tenía la delicadeza de devolverlas a sus casas en un taxi amarillo de un amigo de él de años.

Aquel amigo que recogía a las muchachas para llevarlas a los barrios repetía la historia de Don Jacinto dentro de su repertorio de taxista, ruletero. Hay gente que piensa que estos trabajadores el volante inventan estas historias al calor de la calle, y en función del pasajero que lleven atrás o al lado.

Don Jacinto le pagaba 20 dólares al amigo taxista por la carrera de la muchacha, que cuando el carro avanzaba a cierta altura, le pedía al chof que la dejara en ese punto.

Algunas son historias tan disparatadas que cuesta creerlas. En fin. Creo que tampoco nadie se sube a un bus para ir mudo. Otros ponen la música y se callan. Otros disimuladamente ponen programas religiosos. Hay de todo en la viña de los taxistas.

Volviendo a don Jacinto, vivió aquellos momentos hasta que le dieron un golpe duro en el corazón. Cuenta el taxista que una chiricana lo fechó brutalmente. Era joven, como las otras. El don estaba, supuestamente, enamorado de aquella pollita que le compró un carro. Eso de comprar, seguro que se endeudó hasta las narices, aunque uno solo tiene una nariz, para cumplir con el deseo de su amada.

La chiricana le avisó que se iba unos días en el carro a ver a la familia. Sin él claro. No regresaba y eso le iba afectando la salud al don, que enfermó y a los pocos meses terminó su paso terrenal por este mundo.

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